domingo, 25 de diciembre de 2011

PAPIROFLORES Y LITOPOGRAFIAS de Sarah Goäer


Los mundos infinitos que Sarah Goäer ha abierto sólo pueden abarcarse conociendo a su demiurgo. La incipiente pero natural obra cerámica que ha creado hasta este momento nos pinta un horizonte lleno de sorpresas y descubrimientos. Desde lo meramente formal como lo es su técnica hasta el contenido que expresa mediante lenguajes mínimamente exigentes. La libertad de su creación conmueve de tal manera la concepción generalizada del arte cerámico que nos hace preguntarnos si hay realmente belleza, unidad y verdad. Obviamente estamos frente a otro tipo de ceramista. Un ceramista que encuentra refugio en los momentos más fugaces y minúsculos. Que explora la etiología de las formas orgánicas. De florecimientos verticales-horizontales. De afloramiento de rochelles roulants, influjo que desgasta la materia lítica primordial. De faunas fantásticas y naïves. De sardines, ballenas, pulpos flotantes en cámaras de cristal. De útiles gastronómicos invertidos, como si estuvieran puestos al revés de una tradicional forma de hacer las cosas. El enchantement de su monde lo encapsula en gotas de rocío cayendo de una fuente inagotable de idées. Las Chaöides: ciencia, filosofía y arte se conjugan en su obra evocando el espíritu creativo que sólo Francia ha producido. El humor y la ironía, la broma y el juego de los gestos y el lenguaje, llevados a cabo con una seriedad sistemática, cuando lo único de sistemático es que no exista sistema. Por ello Sarah es otro tipo de ceramista. Es una ceramista que con disciplinar rigor lleva a cabo ese presupuesto de la vanguardia surrealista francesa. No haría ningún daño leer a Mallarmé o Breton teniendo en mente la obra que hasta este momento ha creado. Al contrario, podría aclarársenos un punto de observación singular frente a una infinidad de posibles puntos de vista, perspectivas posibles que auguran un amplísimo espectro de realidades imposibles.

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PARALELISMOS Y CONTINUIDAD ATEMPORAL EN LA ESCULTURA

Del cuerpo y la belleza clásica al hiperrealismo de alto impacto

Sirva este texto como invitación a dos exposiciones de vital importancia que cerrarán ya sus puertas a fines de Enero y principios de Febrero del próximo año: Cuerpo y belleza en la Grecia antigua en el Museo de Antropología e Hiperrealismo de alto impacto del australiano Ron Mueck que está en el Museo de San Idelfonso. Sirva pues de texto para llevar a cabo un hiper-texto que relaciona de una misma actividad dos realidades espacio-temporales diferentes, pero con el cual se pretende patentizar el carácter perenne que la escultura tiene como oficio. Si bien se puede llegar a pensar que se trata aquí de dos expresiones de un mismo arte que tienen objetivos y métodos distintos, ello no es exactamente así.

Si bien las ideas de belleza, verdad y bondad dirigen y motivan la realización armónica de las formas escultóricas desde la Grecia clásica hasta el Imperio Romano —una como modelo eterno para el otro—, la intensa búsqueda de dichas ideas en Occidente no ha dejado intactas las obras de arte contemporáneo. Ello resulta evidente en la obra hiperrealista de Ron Mueck, pues aún cuando su persecución ha sido el retrato de la vida en cuanto a tal, con sus imperfecciones y desvaríos, subsiste en su propia aspiración hiperreal una clase de ideal metafísico transformado. Porque si bien ya no existe unidad sí expresa soledad y ajenidad, abandono del individuo en una expansión del espacio metafísico que abre metáforas para reflexionar la condición del hombre en el horizonte del nihilismo. Igualmente, si ahí no hay belleza es porque ésta está oculta detrás de un trabajo infinitamente diligente y minucioso que busca retratar en su cruento naturalismo ese abandono individualista al que se ha sido expuesto el hombre después de la Segunda Guerra. Por lo que tampoco podemos esperar de ello nada de bondad, pues a diferencia del arte griego clásico las figuras hiper-físicas de Mueck lo que nos muestran es a dicho hombre expuesto en la multidimensionalidad de un espacio abierto, expresando una franca neutralidad frente a todo juicio moral y/o de gusto con una corporeidad cotidiana e indiferente.


Igualmente, en un ejercicio de acercamiento en la lejanía de las dos expresiones del arte escultórico, podemos apreciar en la exposición Cuerpo y belleza que efectivamente hay cuerpos y belleza pero que, a veces idealizados hasta la sublimidad, presentan una belleza tan anodina que lo que produce en realidad son deformaciones manieristas. Torsos imposibles de existir en la realidad, posturas imposibles de imaginar en la gravedad diaria, impasibilidad exasperante que en la liberación de las formas ha llegado al desequilibrio y la ebriedad. Y al percibir —con profunda admiración por la técnica de los griegos y por su profesión de amor a los materiales— que estas figuras son más ficticias que la unitaria realidad que profesan, nos damos cuenta del giro que el arte griego ha operado en la persecución por la mímesis y la apariencia del arte occidental. De esta manera la metafísica de lo uno, bueno y bello del arte griego clásico muestra que para alcanzar estos ideales se tuvo que llegar a traicionar la unidad de la belleza de un Apolo o una Afrodita con una ambigüedad transexual y dionisiaca. Y de que si existe algo de bondad en los competidores victoriosos de la palestra, también hay malevolencia en la actitud de ciertos sátiros frente a las ninfas o del entrenador con el entrenado. De que hay, en este mundo de metafísica unidad occidental, un paralelismo oblicuo con sus contrarios: multiplicidad, fealdad y malevolencia.

Este equilibramiento, sin embargo, no sirve de nada si no se encuentra la diferencia en la repetición, sino se da un quiebre, un cambio de dirección en las fuentes del espíritu humano y de su actividad poético-creadora. Porque al ver que en Mueck sobreviven canones tan antiguos del hombre occidental y que las aspiraciones por un naturalismo cruento son compartidas, entonces se puede emprender por identificar sus diferencias meramente formales: forma y contenido.

Una similitud sorprendente en su diferencia es precisamente el juego de escalas que tanto la escultura de Mueck como la del arte clásico realizaron con el fin de enfatizar un ámbito, de redimensionar el espacio mismo que ocupa la obra. Este redimensionamiento es un recurso clásico que aprovechó muy bien el renacimiento. La obra se abre en la expansión-implosión del espacio mismo. De esta manera una figurilla en bronce del gran Zeus de Fidias en Olimpia implosiona el espacio que su copia a gran escala abre dentro del espacio cerrado del templo. De igual manera, la mujer reposando de Mueck expande el espacio caustral de San Idelfonso mientras que el hombrecillo de la barca implosiona el mar ausente y metafísico de la nada en la que flota, y la barca que no abarca, indomable artefacto de flotabilidad que no otorga ninguna autonomía.



Otra similitud son las técnicas usadas, ya que los procesos de modelado y vaciado se han conservado casi intactos desde estas fechas clásicas y aún antes en algunas civilizaciones antiguas. Instaurado en la época de los materiales y las herramientas técnicas, de las computadoras y los modelados en 3D, aún Mueck tiene que realizar un modelo en arcilla para obtener el molde del cual sacará un ‘vaciado’ de varias capas de sílice y fibra de vidrio. Igualmente los vaciados en bronce de los griegos requerían de un modelo previo de cera del cual se obtenía el bronce, tratando con distintos acabados de transparencia y color, de brillo y opacidad los cuerpos broncíneos, las masas marmóreas, los frescos policromos, los mosaicos; acabado que en casi ninguna pieza de arqueología ha subsistido. Mueck también hace esculto-pintura, y el éxito de su hiper-física radica en el hecho de que el detalle se da, como en cualquier obra pictórica y matérica, mediante texturas y color.

Pero a pesar de todas estas convergentes divergencias, qué le pasaría a un Fidias frente a una obra de Mueck, seguramente como a nosotros le produciría una impresión de alto impacto, pues difícil es a veces diferenciar la apariencia de la apariencia misma expresando un contexto real. Para saber que opinaría Mueck de la obra de arte clásico sólo hay que preguntárselo a él. Sin embargo, aún su propia opinión sería parte de las habladurías, porque lo que en todo caso se enfrentan son espacio-temporalidades de una misma tradición y tanto la obra de Mueck como la del arte clásico se balancea entre ser pura apariencia: ilusión; o ser apariencia de la apariencia: verdad. Si el arte ha sido hasta Hegel el arte clásico, como ideal de la correspondencia concepto-objeto, con el realismo-realista, hiperrealista, que hunde sus orígenes en el arte romano, y más propia y posteriormente en el romanticismo europeo, ahora dicha correspondencia no sólo se elimina como diferencia sino como convergencia equitativa concepto-objeto, no hay nada más ahí, dicen las fichas técnicas de la exposición de Mueck, que: feto, mujer con varas, hombre en barca, separación, ave, mujer descansando, juventud, deriva.

http://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_no31

LOS CAMPOS MAGNÉTICOS de Chucho Reyes


… son como hoyos negros en los que se enclavan resonancias de colores. Una gama de colores. Un magneto de tonalidades. Un centro de líneas concéntricas. Una fuga de imágenes descentradas. Un chapoteo de pinceladas secas. Una biografía de personalidad múltiple. Un vacío organizado por el caos. Un espejo que se pierde en el horizonte. Un paisaje urbano alienizado por animales terrestres. Un paisaje natural poblado de árboles extraterrestres, celestes. En fin, una multiplicidad única y dividual donde todo es identidad y a la vez una multiplicidad anónima, nómada, orgánica, caótica.

El doblez o el quiebre, el doblez y el pliegue, el quiebre y el giro que habita inquietante en el espíritu del artista atrae desde la lejanía y la extrañeza, porque no es la gravedad que produce como magneto lo que hace aterrizar la mirada, sino a la vez la fuerza centrifuga que oculto su dibujo produce. Atrae, sí, ya que el oído no escapa a la resonancia seductora de esta gama de colores —que son como de Pantera Rosa, a las vibraciones producidas por su dibujo indeciso. Pero repele hacia otros mundos y otras galaxias, a otras geografías y otros cosmos, donde se hace evidente la inversión o la ruptura: mujeres-zebra que danzan en el asfalto, árboles-raíz que dan por fruto estrellas u hoyos negros, armonía de cañería que orquesta el ritmo de necesidades fisiológicas.

Melodías de grito o gorjeo, dibujos pentagramáticos sobre los que se escriben tonalidades casi impresionistas, puntillistas, action-painting. El autor se precipita como un camaleón en su propio trabajo. Hay en él, en su trabajo, una imposibilidad indecible que a la vez se agencia y desterritorializa: magneto-centrífugo que apropia y repele, que atrae y ahuyenta. El campo de guerra ahí, no es sino el de la tierra. La máquina de guerra es la mirada y el oído, el tacto y el olfato. Juntos hacen una experiencia cósmica que invoca a la tierra y que la moleculariza en fragmentos, collage, devenir…

http://issuu.com/lajornadazacatecas.com.mx/docs/la_gualdra_13062009