domingo, 27 de enero de 2013

MEDI(T)ACIONES CIENTÍFICO-FILOSÓFICAS


En búsqueda de un diferencial físico-ontológico

Estoy convencido de que ha sido perjudicial la consecuencia que ha tenido en el progreso del pensamiento científico, el empeño de los filósofos de sacar fuera del dominio del empirismo ciertos conceptos fundamentales, trasladándolos así de este dominio, que está bajo nuestro control, a las alturas intangibles de lo apriorístico.
Albert Einstein

Mediante este comentario vertido por Einstein en su Teoría general de la relatividad se nos da cuenta de lo conciente que él estaba de la situación que guardaba en su época —y que parece aún guarda para la nuestra— la relación entre ciencia y filosofía. Relación de divorcio irracional, desafortunada y vehemente debido a que la filosofía como ciencia primera, dirá Aristóteles, surge paralelamente a la física, por lo que resulta ilógico pensar en dos áreas del pensamiento y de la actividad humana de origen separadas; desafortunada por los graves obstáculos que se han interpuesto mutuamente la tecnología y las humanidades; y vehemente en tanto que los filósofos se han dado a la tarea de desprestigiar tanto al ámbito tecnológico como los científicos a ser indiferentes a las propuestas humanísticas que subyace a dicha crítica. Ante esta situación, de la que ciertamente no sólo son culpables los filósofos, sírvanos el comentario de Einstein como un detonante hacia su meditación y la búsqueda de una mediación entre ambos campos, indagando los puntos de separación y de contacto que la ciencia y la filosofía han tenido a lo largo de la historia, para así constituir nuestro propio diferencial físico-ontológico que nos permita derivar una resultante infranqueable y fraternal entre los dos.

Si vamos de la mano de esta búsqueda diferencial, que ya Newton y Leibniz establecieron en el luminoso siglo XVIII, deberemos estar dispuestos a buscar una cierta ley de continuidad entre los dos campos, que nos permita conciliarlos persistente y pacientemente, aunque por el momento sólo sea posible hacerlo de manera parcial, esperando en el futuro una más profunda investigación y demostración tanto geométrico-matemática como óntico-ontológica. De acuerdo con dicha ley, como dirá Leibniz, si ciencia y filosofía las comprendemos bajo los principios de la naturaleza, ya sea cosmológico-física y/o psicológico-metafísica, debe haber una continuidad entre las dos puesto que la naturaleza no procede por saltos, sino por continuidades. Sin embargo, este continuum físico-ontológico deberá escapar de la fuerza gravitacional que el principio de identidad aristotélico —exacerbado por la escolástica— ha impreso en dicha relación; porque, de principio, esta continuidad leibniziana no se reduce a la búsqueda simple de una igualación, de una identidad nomológica y/o topológica, sino a la diferencia conceptual carente en dicha igualación. De esta manera no podemos pensar más en que toda ciencia o toda física tengan siempre el mismo propósito, ni de que toda filosofía o toda metafísica tengan el mismo aparato epistémico, a saber: la física la explicación geométrico-matemática de la materia y la metafísica el método aristotélico-tomista de reflexión.

En esta dirección hemos de dar pasos sucesivos y consecuentes con las historia de la ciencia y la filosofía, que nos permita esbozar un horizonte de comprensión básica y fundamental hacia la constitución posterior de un cosmos filosófico-científico, que dé cuenta de los posibles caminos de desarrollo del pensamiento en pos de su resolución solidaria y fraternal, para que se permita a las nuevas generaciones de filósofos y científicos establecerse desde un autosemejante, más no idéntico, punto de vista. Para ello exploraremos paralelamente las dos grandes vías de interpretación del universo físico y la conciencia humana que han marcado el desarrollo tanto científico como filosófico, a saber: la vía oficialmente aceptada y patente y; la otra, generalmente soterrada y encriptada: una, que marca la concepción absoluta, unitaria, identitaria y verdadera de la ciencia y la filosofía;  la otra, que desmarca dicha concepción desde el pensamiento relativo, fraccional, múltiple e ilusoria de lo que se ha negado como ciencia verdadera y pensamiento lógico-racional.

El método ensayístico nos permite en este primer momento de meditación comprender que este ensayo no intenta reconciliar a la fuerza dos campos que de inmediato se presentan a la generalidad como completamente distintos, sino de poner en relieve la verdad de su relación relativa. El lector, por tanto, tendrá que disponerse tanto a indagar más profundamente sobre los distintos tópicos que aquí se presentan, así como a deducir sus propias conclusiones desde una intuición metafísica que no pretende otra cosa que devolver tanto a la filosofía como a la ciencia a la vida, para que dejen así el ámbito trascendental de una realidad apriorística inane y caduca, y puedan igualmente ser experimentados desde el ámbito inmanente de una reflexión a posteriori y experiencial; en un movimiento que teniendo unos orígenes mutuos se planteen secuencias, consecuencias, posiciones y preposiciones tanto teóricas como empíricas.


Orígenes: la relación intrínseca entre el uno geométrico-matemático y la identidad óntico-ontológica.

Los pitagóricos fueron los primeros que se dedicaron a las matemáticas y que las hicieron avanzar, y nutridos por ellas, creyeron que los principios de éstas serían los principios de todas las cosas que son.

Aristóteles

Es hecho reconocido que el principio de la filosofía de Platón tiene un fundamental sustento pitagórico, siendo el ser de su teoría del conocimiento el número que constituía todas las cosas. Y así, el ser como número ha de ser unitario, bueno, bello y verdadero, mientras que el no-ser, como le diría la diosa Justicia a Parménides, ‘no se permite ni decirlo ni pensarlo’, porque decirlo es ya darle ser al no-ser, lo cual es cosa contradictoria, cuando ‘lo mismo es pensar y ser’. De manera que a partir de Platón, y más originariamente a partir de Parménides, se da una separación entre este pensamiento que dice y que hace ser al ser de todas las cosas y aquél originario pensamiento de los físicos naturalistas presocráticos, entre los que se encuentran los pitagóricos, que veían al número como “constituido por dos elementos: uno indeterminado o ilimitado, y uno determinante y limitador”.[1] Y es, en esta separación en apariencia inocente, de donde surge un gran malentendido que perdurará, y se arraigará mucho más profundamente en el pensamiento occidental mediante la Escolástica, durante los siguientes dos mil años, que como dirá Nietzsche posteriormente: ‘!Dos mil años y ningún nuevo dios!’

Podemos identificar en este hecho el aspecto trascendental que, de acuerdo con Einstein, ha marcado al pensamiento filosófico que insiste en “sacar fuera del dominio del empirismo ciertos conceptos fundamentales, trasladándolos así de este dominio, que está bajo nuestro control, a las alturas intangibles de lo apriorístico”.[2] Pero, ¿a qué conceptos fundamentales se está refiriendo? Si consideramos que su Teoría general de la relatividad se centra en un replanteamiento que los conceptos del espacio y el tiempo tienen en el estudio físico de las cosas, podemos deducir que se está refiriendo tanto a la concepción mecanicista de la física clásica fundamentada en Aristóteles como a la percepción apriorística planteada por Kant, las cuales, de entrada difieren de fundamento, pero que para Einstein sufren de un mismo problema, que es, propiamente, su alejamiento de la experiencia a posteriori que tenemos de ellos.

Sin embargo, como lo hemos apuntado,[3] esta culpa no sólo la merecen los filósofos sino también los físicos que no se han dado a la tarea de considerar a la filosofía que escapa de esta diferenciación fundamental, a esta identificación del ser con las ideas y de éstas con el número inmutable y eterno, unitario y perfecto, bueno y bello (de Dios), es decir, de esa diferenciación no conceptual que niega toda intuición metafísica, cuando, como diría William James:

El ideal de todas la ciencias es el de un sistema de verdad completo y cerrado… Los fenómenos inclasificables en el sistema son absurdos, paradójicos, y hay que declararlos falsos… se los niega u olvida con plena conciencia científica… Para renovar una ciencia hay que interesarse por los fenómenos irregulares. Y una vez se ha renovado la ciencia, sus nuevas fórmulas a menudo expresan más la excepción de lo que se suponía que era la regla.[4]
Y es de esto de lo que se queja no sólo Einstein, sino muchos otros filósofos y matemáticos contemporáneos, el hecho de que, precisamente por una aspiración a un pensamiento y una percepción absolutos de los fenómenos, se ate a la realidad a principios trascendentales que ya no nos permite intuirla, experimentarla y en general vivirla a posteriori fuera de lo apriorísticamente ya pensado. Uno de estos pensadores es precisamente Heidegger, para quien el problema fundamental se centra en la preconcepción lineal, progresiva y sucesiva del tiempo aristotélico, y también de un espacio cartesiano extenso y cerrado. Para lo cual él se interna más profundamente en la historia de la metafísica para descubrir, tanto en los filósofos presocráticos griegos como en Agustín o Kant, una respuesta que le abre esa intuición de estos conceptos de la cual la tradición ya estaba olvidada. Y, por otro lado, uno de estos matemáticos es Mandelbrot, padre de la geometría fractal de la naturaleza, quien, refiriéndose a Aristóteles, Leibniz y Kant dice:

Estos líderes de las grandes tradiciones crecieron despreciándose y combatiéndose entre sí, pero en sus orígenes intelectuales eran hermanos. La historia no puede explicar, por supuesto, la poco razonable efectividad de las matemáticas. El misterio solamente sigue avanzando y cambia de naturaleza. [Pero, se pregunta,] ¿cómo puede ser que la mezcla de información, observación y búsqueda de unas estructuras interiormente satisfactorias que caracterizan a nuestros autores antiguos hayan de llevarnos repetidamente a temas tan potentes que, mucho después de que se hayan encontrado muchos detalles en contradicción con la observación y de que los propios temas parezcan haberse desvanecido, sigan inspirando progresos útiles tanto en física como en matemáticas?[5]

Y habría que agregar también ¿tanto en ontología como en fenomenología? Vamos entonces por la posibilidad de una respuesta al cómo, pensadores y científicos, matemáticos y fenomenólogos, han renovado la filosofía y la ciencia, y de cómo, tan sólo por su relación intrínseca, irregular e irracional, se garantiza dicha renovación.



Orígenes: La continua discontinuidad en la relación práctica científico-filosófica; del hombre, su mundo y la naturaleza.


Los matemáticos de hoy no leen a Leibniz ni a Kant,
pero sí lo hacían los estudiantes de 1900.

Benoît Mandelbrot

Para poder acceder a esta problemática que plantea todo pensamiento científico o filosófico, como hemos estado viendo, se requiere comprender que tanto uno como otro se copertenecen, originaria y vitalmente, puesto que surgen de un mismo preguntar por la naturaleza de las cosas y los fenómenos. De esta manera tanto al científico se le plantean problemas ya sea ontológicos, hermenéuticos y fenomenológicos, como al filósofo problemas físicos, geométricos y matemáticos. Para demostrar ésto no debemos dejar de reconocer que los grandes avances dados en ciencia y filosofía durante la modernidad fueron realizados por pensadores que no olvidaban ambas partes del pensar: Spinoza al elaborar geométricamente su ética, Descartes al plantear la nueva geometría analítica a la par que el problema de la subjetividad o Leibniz al desarrollar el cálculo diferencial a la vez que su monadología. De manera que esta nueva forma de pensamiento, el moderno, resarce el desafortunado abismo que se había dado originariamente entre el pensamiento de los físicos naturalistas y la filosofía griega clásica, y que la Escolástica abismará aún más, sin que se pierda del todo la relación, aunque usando la numerología con fines meramente teológicos, como resulta ser el caso de los neoplatónicos como Plotino.
            Pero lo sorprendente es el hecho de que en la actualidad, como denuncia Mandelbrot, los matemáticos se alejen tanto de la filosofía que olviden los orígenes filosóficos de su matemática, lo cual, evidentemente, es igualmente aplicado a físicos y científicos en general, llegando incluso al desprecio de ella. Y paralelamente al hecho de que los filósofos se olviden de los orígenes físico-matemáticos de su pensamiento, lo cual también es aplicado a una gran mayoría de filósofos y humanistas. Claramente en algunos momentos entre el siglo XIX y el siglo XX sucedieron hechos que separaron nuevamente ambos aspectos del pensar. Por parte de los filósofos se acusa al positivismo científico de esta nueva y quizás más profunda separación, y a la sobre especialización que se efectúo en las ciencias; y también, por parte de los científicos, se acusa al trascendentalismo a priorístico que influyó profundamente en la filosofía de este periodo, así como a la fenomenología husserliana y la hermenéutica continental de Gadamer.
            Pero habría que preguntarnos más acá por las razones prácticas por las que sucedió dicha separación, obviando ésta compartida respuesta, puesto que las razones prácticas del nuevo positivismo científico y su sobre especialización tuvieron consecuencias en la vida cotidiana. Y aquí es donde entran en escena primeramente la industrialización europea y americana, y posteriormente la tecnificación de todo el orbe, de manera tal que el dominio de la naturaleza tanto terrestre como humana mediante su industrialización dio lugar a la pérdida de la relación entre el hombre y la naturaleza, y entre el hombre y su propia naturaleza, emergiendo un abismo que, como ya denunciara Nietzsche, es el del horizonte de la nihilidad negativa, del mero contramovimiento reaccionario y el avance del desierto de la ignorancia. Finalmente dicha industrialización devino en una más profunda tecnificación de la vida, a tal punto que nos resulta imposible pensar actualmente en la vida cotidiana sin la ayuda y el confort que nos proporcionan los aparatos electrodomésticos y los energéticos que los alimentan, así como de los medios de comunicación global, haciendo no solamente que se profundice la separación hombre-naturaleza, con su doble significado, sino que, simplemente, ya no sea posible siquiera pensarla, cuando el rescate de dicha relación dependería de un cambio profundo y fundamental en esta manera de vivir, de dejar se consumir energéticos que destruyen la naturaleza terrestre y de utilizar medios virtualizantes de comunicación que ahondan en la pérdida de la naturaleza humana y la interrelación entre los hombres. Y que para el caso de este ensayo se da entre los hombres de ciencia y los humanistas, los cuales, parafraseando a Gauss, cuando han visto su edificio acabado no son capaces de ver ningún rastro de sus andamios “como excusa para descuidar los móviles que se esconden tras su propio trabajo y tras la historia de su campo”.[1]


Secuencias: en el camino a la multidimensión de la matemática moderna y la incertidumbre del ser.
A la pregunta de si es realmente posible sacar algún provecho de las teorías abstractas que la matemática moderna parece apoyar, uno debería contestar que fue basándose únicamente en la especulación pura como los matemáticos griegos dedujeron las propiedades de las secciones cónicas, mucho antes de que nadie pudiera imaginarse que representan las órbitas de los planetas.

Karl Weierstrass

Hemos llegado hasta aquí y aún no demostramos, siquiera intuitivamente, qué sea un diferencial óntico-ontológico, científico-filosófico. Mas hemos avanzado en reconocer los elementos que pueden sustentarlo. El primero ha sido el principio por el cual tanto la física como la metafísica tienen un mismo origen y desarrollan vías paralelas de interpretación del mundo. El segundo ha sido el carácter por el cual la ciencia y la filosofía modernas han dado cada una en su campo grandes avances en el pensamiento, la ciencia y la tecnología. Sin embargo también nos hemos encontrado con grandes vacíos en su relación, como la derogación del pensamiento acerca de lo infinito, el vacío y el azar del ámbito judeo-cristiano, cuando en el oriente árabe se forjaba el crisol del cual nacerá el algebra, sin la cual posteriormente no podría darse lugar a las matemáticas infinitas o diferenciales. O en el mundo moderno el vacío que ha abierto la industrialización y tecnificación del mundo en la comprensión de lo que sea matemática y filosóficamente, pero que al mismo tiempo ha proveído de las grandes intuiciones metafísicas en la que está cimentado el destino de la humanidad.


Al interior de la ciencia moderna una de las fracturas más marcadas que se han dado ha sido la dada entre física y matemáticas, cuando la física comenzó a depender más y más de otras ramas menos teóricas, como la química, la termodinámica, la astrofísica y la física cuántica, en las que sólo se obtienen resultados a través de la experimentación. Finalmente la física cuántica, en todo caso y por una necesidad mayor, siguió alimentándose de las matemáticas para desarrollar su nueva mecánica, pero dichas matemáticas estarían lejos de basarse en la certeza y el número: uno, bueno y verdadero; sino que surgiría más bien de la probabilidad y el azar. En este sentido los juegos matemáticos infinitos de los primeros matemáticos modernos comenzarían a encontrar un lugar de aplicación, cuando finalmente la teoría de conjuntos de Cantor es aplicada y ahora no sólo se utiliza para la investigación profunda sino incluso es el referente introductorio a todo aquel que se aventure en el estudio del algebra y la trigonometría.

Sin embargo, la revolución que marcaría esta nueva matemática no ahondaría mucho más allá de la Teoría de la relatividad o de la física atómica, sino que se retrotraería a la reconsideración de una idea mucho más empírica y práctica, es decir, a la concepción clásica que se ha tenido de la dimensión. Comenta Mandelbrot:

Antes los matemáticos usaban el término dimensión en un sentido vago. Se decía que una configuración era E-dimensional si el menor número de parámetros necesario para describir sus puntos, de  un modo no especificado, era E. Los peligros e inconsistencias de este enfoque fueron puestos de manifiesto por dos célebres descubrimientos en la última parte del siglo XIX: la correspondencia unívoca entre los puntos de una línea y los puntos de un plano, descubierta por Cantor, y la aplicación continua de Peano de un intervalo sobre todo un cuadrado.[2]
Y pareciera ser que intuitivamente podemos pensar esto, sin embargo, para poder realmente apreciarlo hay que olvidarnos de la visión clásica y euclídea del mundo, puesto que lo que se abre, siguiendo a Leibniz y Kant, son mundos y universos infinitos, cuyas variantes en su dimensionalidad sobre pasan la comprensión extensa y cerrada del espacio, así como una concepción yoíca del tiempo.


Secuencias: en el camino a la multidimensión de la matemática moderna y la incertidumbre del ser.

Durante la crisis que va de 1875 a 1925, los matemáticos se dieron cuenta de que no es posible una comprensión correcta de lo irregular y lo fragmentado (así como de lo regular y lo conexo) si se define la dimensión como número de coordenadas. El primero en emprender un análisis riguroso fue Cantor [y a él] le siguió Peano en 1890.

Benoît Mandelbrot

El atrevimiento que Cantor y Peano tuvieron de repensar el concepto de dimensión no fue ni a lo mucho un descubrimiento que fuese bien recibido y aceptado por la comunidad científica de su tiempo, ni mucho menos por la comunidad de los matemáticos. Sin embargo, parece ser un comportamiento natural de la historia de la ciencia y filosofía tomar con reservas los descubrimientos que marcan el inicio de una nueva forma de comprender la realidad y las ideas. Fundamentalmente lo que éstos matemáticos revolucionarios hicieron fue de tal magnitud que se puede comparar al cambio que se dio en la comprensión del orden del cosmos de Ptolomeo a Kepler, sin mencionar los avances que ya se habían dado en este sentido por el mundo grecoromano, porque lo que esencialmente propusieron fue comprender al espacio ya no desde la visión cartesiana y euclídea, sino desde la variancia que se observa en la dimensión de todas las cosas, contraviniendo no sólo dichos presupuestos euclídeos y cartesianos sino a la topología misma que fundamentalmente dicta que, por ejemplo, “todas las ollas de dos asas tienen la misma forma pues, suponiéndolas infinitamente flexibles y compresibles, se pueden transformar una en otra sin discontinuidades y sin tener que abrir ningún agujero nuevo, ni cerrar otro que ya existiera”.[3] Esto nos lleva a ver que, efectivamente, así como para la filosofía hay un ser en sí que fundamenta a todas las cosas, así mismo las cosas tienen una dimensión identitaria que topológicamente las relaciona en cuanto a su naturaleza y propiedades.

En este sentido tanto la ciencia matemática como la filosofía llegaron a un estado estanco en el que resultaba imposible pensar lo múltiple e infinito, lo indeterminado y azaroso, cuando tanto una como la otra entregaban su intuición al principio aristotélico de la identidad. Así, siguiendo a Cantor y a Peano, será Hausdorff quien primero repensará el concepto de dimensión, la cual en apariencia, como nos comenta Mandelbrot, “podría sugerir que se trata de un concepto topológico, y no es así en absoluto. He aquí, pues, otra razón para preferir la denominación dimensión fractal”.[4] Pero, ¿en qué consiste esta nueva concepción de la dimensión y en qué sentido ha abierto y complementado nuevos caminos de la investigación científica? Pues bien, La geometría fractal de la naturaleza es resultado de una muy profunda asimilación y meditación de todas esas revoluciones que en su momento, específicamente durante el período de crisis de la matemática moderna, no fueron aceptadas en absoluto, tomándose tan sólo como juegos matemáticos alrededor de los conceptos de lo múltiple e infinito, lo indeterminado y azaroso, pero que, en manos de Mandelbrot, será redirigida como “un regreso potente e intuitivo a la geometría griega arcaica de los pitagóricos”.[5] Así, lo que propone dicha geometría es la reconsideración del concepto de dimensión de grado 1 a una dimensión fractal o fraccionaria, es decir, que en realidad la dimensión efectiva de todo objeto o espacio no se reduce al espacio que ocupa un objeto ni en el que cabe, sino que cada cosa tiene en realidad distintos niveles de dimensionalidad, distintas formas en que podemos pensarlas de acuerdo a lo que queremos saber de tal cosa, y el ejemplo modelo para demostrar esto es un ovillo, dice Mandelbrot:

Para un observador lejano, el ovillo se reduce a un punto, una figura de dimensión 0. (¡De todos modos, Blaise Pascal y los filósofos medievales afirman que, a escala cósmica, nuestro mundo no es más que un punto!) Con una resolución de 10 cm, el ovillo de un hilo es una figura tridimensional. A 10 mm es un lío de hilos unidimensionales. A 0,1 mm cada hilo se convierte en una columna, y el conjunto recupera el aspecto de figura tridimensional. A 0,01 mm cada columna se resuelve en fibras y volvemos a tener una figura unidimensional, y así sucesivamente. El valor de la dimensión efectiva va cambiando. Cuando el ovillo es representado por un numero infinito de puntos atómicos, vuelve a tener dimensión 0. Si cambiamos el ovillo por una hoja de papel, nos encontraremos con una secuencia similar de dimensiones efectivas.[6]
Hasta aquí hemos visto los momentos en los que la ciencia y la filosofía se han encontrado, e incluso aquellos de los que surgieron simultáneamente, así mismo, hemos seguido estas secuencias científicas que han planteado un cambio radical en la forma de comprender geométrico-matemáticamente al mundo, por lo que ahora partiremos a ver algunas de las consecuencias que dichos cambios tuvieron en el campo de la filosofía y más específicamente con la gran revolución del pensamiento fenomenológico, arribando posteriormente a las posiciones que éstas han establecido en el camino de la búsqueda de un diferencial científico-filosófico y las proposiciones que para tal efecto podremos plantear.


Consecuencias: La fenomenología como campo apriorístico y la multidimensión filosófica.

Esta totalidad del flujo de vivencias, que en cuanto tal es algo cerrado y coherente, se halla excluida toda cosa, es decir, todo objeto real, por de pronto todo el mundo material. El mundo material es, con respecto a la región de las vivencias, lo extraño, lo otro. Esto es algo que se ve en el análisis de cualquier percepción simple.

Martin Heidegger
Podemos intuir hasta aquí cómo el problema fundamental de la ciencia y más en específico, de la geometría y la matemática, es precisamente la percepción que se ha tenido del espacio, o bien, de la dimensión. Hemos visto junto con Mandelbrot cómo los últimos alcances de estas disciplinas lograron abrir el espacio euclídeo y cartesiano a una percepción del mundo multidimensional, dependiendo del nivel de observación que se tiene de las cosas, lo cual permite a la ciencia poder plantear distintos campos, espacios y dimensiones de acuerdo a la amplitud o reducción que se hace del mismo, jugando entre el plano macrocósmico y el microcósmico. Pero, ¿acaso sucede algo similar con el pensamiento filosófico y especulativo? La cita de Heidegger nos permite comprender que, al parecer, siguiendo a Einstein, efectivamente la filosofía se ha alejado del mundo material y físico en el que la ciencia trabaja efectivamente, más esto no define a toda filosofía dentro de un mismo campo de percepción y comprensión del mundo, sino que, como la misma ciencia, la filosofía plantea distintos niveles de comprensión desde el punto de vista psicológico y vivencial. Quizás este sea el diferencial elemental que separa ambos ámbitos del pensamiento, por un lado el ámbito empírico del que parte toda ciencia hacia el análisis del mundo que nos rodea, por otro, el ámbito vivencial en el que se desenvuelve la especulación filosófica en su síntesis perceptiva del mundo.
De acuerdo con Heidegger existe una:

Triple caracterización del apriori —primero, su alcance universal y su indiferencia frente a la subjetividad; segundo, el modo como se accede a él (aprehender simple, intuición originaria); y tercero, esa anticipación de que la estructura del apriori se vaya a definir en cuanto carácter del ser de lo ente, y no de lo ente mismo— nos permite ver el sentido originario del apriori. […] Tres descubrimientos —la intencionalidad, la intuición categorial y el apriori— tal como ellos mismos se relacionan fundándose en última instancia en el primero de ellos, en la intencionalidad, lo hacemos con el propósito principal de llegar a entender la fenomenología en cuanto actividad de la investigación.[7]
Vista así, la fenomenología se plantea —después de amplios, profundos y elevados derroteros— como actividad de la investigación, es decir, como dirá antes de sus Prolegómenos en su Ontología fundamental, la fenomenología entendida como un cómo de la investigación. Un cómo que ya no busca respuesta a un qué sea el ser de lo ente, o de lo ente mismo, sino que plantea distintos modos de ser de la investigación científico-filosófica de acuerdo a sus distintos objetos de estudio. En este sentido Heidegger pone en evidencia el gran malentendido que ha existido entre la investigación filosófica y la científica desde los orígenes mismos del pensamiento fenomenológico, porque cómo dice él: “En todas las disciplinas científicas reina el positivismo, la propensión a lo positivo, entendiéndose por ‘lo positivo’ los hechos, y los hechos en una determinada interpretación de la realidad”. Sin embargo dicho positivismo no es algo de lo cual peque exclusivamente la ciencia, sino también la filosofía, en este hacer historiografía en lugar de una onto-historia-crítica como forma de meditación, como lo expondrá posteriormente.
De cualquier manera Heidegger nos da tres planos de comprensión fenomenológica que finalmente también parecen surgir en la investigación científica, es decir, primero la intencionalidad como una forma universal de percepción y aprehensión del mundo, en segundo la intuición categorial como fundamento de toda necesidad de conocer y finalmente el apriori como carácter del ser que se estudia. Así, en la secuencia Euclides, Descartes, Leibniz, Cantor, Peano, Hausdorff, por mencionar algunos, se da una intencionalidad específica en la búsqueda de su conocer el espacio, dando cada uno su intuición categorial y por tanto su apriori, cuando es en Mandelbrot donde encontramos un reducto de dicha secuencialidad que cómo el lo interpreta da un cambio enorme en la comprensión geométrico-matemática del mundo y el cosmos que encuentra su mayor consecuencia en la Teoría de la relatividad de Einstein y la Historia del tiempo de Hawkins. Así mismo, en la secuencia Platón, Aristóteles, San Agustín, Kant, Nietzsche, Husserl, se dan distintas intencionalidades, intuiciones y aprioris que Heidegger busca esclarecer para dar paso al cambio decisivo del pensamiento filosófico hacia la fenomenología y más tarde a la temporalidad existenciaria de su Ser y tiempo. Finalmente el momentum fundamental se da entre lo que parece ser una línea de pensamiento hermoso, homogéneo y unitario; y otra monstruosa, heterogénea y múltiple, el correlato y la larga discusión dada entre ambas líneas es lo que determina nuestro primer acercamiento a ese diferencial óntico-ontológico, físico-filosófico que hemos estado buscando mediante estas medi(t)aciones.


[1] B. Mandelbrot: Geometría fractal de la naturaleza. Matemas, Barcelona 1997, pág. 15.
[2] B. Mandelbrot: Geometría fractal de la naturaleza. Matemas, Barcelona 1997, pág. 571.
[3] B. Mandelbrot: La geometría fractal de la naturaleza, Matemas, Barcelona 1983, p. 34.
[4] Ídem., p. 35.
[5] Íbid.
[6] Íbidem., p. 36.
[7] M. Heidegger: Prolegómenos para una historia del concepto de tiempo. Alianza, Madrid 2005, pp. 102-103.




[1]           B. Mandelbrot: Geometría fractal de la naturaleza. Matemas, Barcelona 1997, pág. 53.


[1] ANTISERI y REALE. Historia del pensamiento científico y filosófico. Herder, Barcelona 1988, Tomo I, pág. 48.
[2] A. Einstein: El significado de la relatividad. Planeta-Agostini, Barcelona 1993, pp. 52-53.
[3] Véase: A. Haro: Medi(t)aciones científico-filosóficas I. Gualdra No. ….
[4] Citado en: B. Mandelbrot: Geometría fractal de la naturaleza. Matemas, Barcelona 1997, pág. 53.
[5] Íbid., pág. 567.

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