En búsqueda de un
diferencial físico-ontológico
Estoy convencido de que ha
sido perjudicial la consecuencia que ha tenido en el progreso del pensamiento
científico, el empeño de los filósofos de sacar fuera del dominio del empirismo
ciertos conceptos fundamentales, trasladándolos así de este dominio, que está
bajo nuestro control, a las alturas intangibles de lo apriorístico.
Albert
Einstein
Mediante este comentario vertido por Einstein en su Teoría general de la relatividad se nos
da cuenta de lo conciente que él estaba de la situación que guardaba en su
época —y que parece aún guarda para la nuestra— la relación entre ciencia y
filosofía. Relación de divorcio irracional, desafortunada y vehemente debido a
que la filosofía como ciencia primera, dirá Aristóteles, surge paralelamente a
la física, por lo que resulta ilógico pensar en dos áreas del pensamiento y de
la actividad humana de origen separadas; desafortunada por los graves
obstáculos que se han interpuesto mutuamente la tecnología y las humanidades; y
vehemente en tanto que los filósofos se han dado a la tarea de desprestigiar
tanto al ámbito tecnológico como los científicos a ser indiferentes a las
propuestas humanísticas que subyace a dicha crítica. Ante esta situación, de la
que ciertamente no sólo son culpables los filósofos, sírvanos el comentario de
Einstein como un detonante hacia su meditación y la búsqueda de una mediación
entre ambos campos, indagando los puntos de separación y de contacto que la ciencia
y la filosofía han tenido a lo largo de la historia, para así constituir
nuestro propio diferencial físico-ontológico que nos permita derivar una
resultante infranqueable y fraternal entre los dos.
Si vamos de la mano de esta
búsqueda diferencial, que ya Newton y Leibniz establecieron en el luminoso
siglo XVIII, deberemos estar dispuestos a buscar una cierta ley de continuidad
entre los dos campos, que nos permita conciliarlos persistente y pacientemente,
aunque por el momento sólo sea posible hacerlo de manera parcial, esperando en
el futuro una más profunda investigación y demostración tanto
geométrico-matemática como óntico-ontológica. De acuerdo con dicha ley, como
dirá Leibniz, si ciencia y filosofía las comprendemos bajo los principios de la
naturaleza, ya sea cosmológico-física y/o psicológico-metafísica, debe haber
una continuidad entre las dos puesto que la naturaleza no procede por saltos,
sino por continuidades. Sin embargo, este continuum
físico-ontológico deberá escapar de la fuerza gravitacional que el
principio de identidad aristotélico —exacerbado por la escolástica— ha impreso
en dicha relación; porque, de principio, esta continuidad leibniziana no se
reduce a la búsqueda simple de una igualación, de una identidad nomológica y/o
topológica, sino a la diferencia conceptual carente en dicha igualación. De
esta manera no podemos pensar más en que toda ciencia o toda física tengan
siempre el mismo propósito, ni de que toda filosofía o toda metafísica tengan
el mismo aparato epistémico, a saber: la física la explicación
geométrico-matemática de la materia y la metafísica el método
aristotélico-tomista de reflexión.
En esta dirección hemos de
dar pasos sucesivos y consecuentes con las historia de la ciencia y la
filosofía, que nos permita esbozar un horizonte de comprensión básica y
fundamental hacia la constitución posterior de un cosmos filosófico-científico,
que dé cuenta de los posibles caminos de desarrollo del pensamiento en pos de
su resolución solidaria y fraternal, para que se permita a las nuevas
generaciones de filósofos y científicos establecerse desde un autosemejante,
más no idéntico, punto de vista. Para ello exploraremos paralelamente las dos
grandes vías de interpretación del universo físico y la conciencia humana que
han marcado el desarrollo tanto científico como filosófico, a saber: la vía
oficialmente aceptada y patente y; la otra, generalmente soterrada y
encriptada: una, que marca la concepción absoluta, unitaria, identitaria y
verdadera de la ciencia y la filosofía;
la otra, que desmarca dicha concepción desde el pensamiento relativo,
fraccional, múltiple e ilusoria de lo que se ha negado como ciencia verdadera y
pensamiento lógico-racional.
El método ensayístico nos
permite en este primer momento de meditación comprender que este ensayo no
intenta reconciliar a la fuerza dos campos que de inmediato se presentan a la
generalidad como completamente distintos, sino de poner en relieve la verdad de
su relación relativa. El lector, por tanto, tendrá que disponerse tanto a indagar
más profundamente sobre los distintos tópicos que aquí se presentan, así como a
deducir sus propias conclusiones desde una intuición metafísica que no pretende
otra cosa que devolver tanto a la filosofía como a la ciencia a la vida, para
que dejen así el ámbito trascendental de una realidad apriorística inane y
caduca, y puedan igualmente ser experimentados desde el ámbito inmanente de una
reflexión a posteriori y
experiencial; en un movimiento que teniendo unos orígenes mutuos se planteen
secuencias, consecuencias, posiciones y preposiciones tanto teóricas como
empíricas.
Orígenes: la relación
intrínseca entre el uno geométrico-matemático y la identidad óntico-ontológica.
Los pitagóricos fueron los primeros
que se dedicaron a las matemáticas y que las hicieron avanzar, y nutridos por
ellas, creyeron que los principios de éstas serían los principios de todas las
cosas que son.
Aristóteles
Es hecho reconocido que el principio de la filosofía de Platón tiene
un fundamental sustento pitagórico, siendo el ser de su teoría del conocimiento el número que constituía todas
las cosas. Y así, el ser como número
ha de ser unitario, bueno, bello y verdadero, mientras que el no-ser, como le
diría la diosa Justicia a Parménides, ‘no se permite ni decirlo ni pensarlo’,
porque decirlo es ya darle ser al
no-ser, lo cual es cosa contradictoria, cuando ‘lo mismo es pensar y ser’. De
manera que a partir de Platón, y más originariamente a partir de Parménides, se
da una separación entre este pensamiento que dice y que hace ser al ser de todas las cosas y aquél
originario pensamiento de los físicos naturalistas presocráticos, entre los que
se encuentran los pitagóricos, que veían al número como “constituido por dos
elementos: uno indeterminado o ilimitado, y uno determinante y limitador”.[1] Y es, en esta separación en apariencia inocente, de donde surge
un gran malentendido que perdurará, y se arraigará mucho más profundamente en
el pensamiento occidental mediante la Escolástica, durante los siguientes dos
mil años, que como dirá Nietzsche posteriormente: ‘!Dos mil años y ningún nuevo
dios!’
Podemos identificar en este
hecho el aspecto trascendental que, de acuerdo con Einstein, ha marcado al
pensamiento filosófico que insiste en “sacar fuera del dominio del empirismo
ciertos conceptos fundamentales, trasladándolos así de este dominio, que está
bajo nuestro control, a las alturas intangibles de lo apriorístico”.[2] Pero, ¿a qué conceptos fundamentales se está refiriendo? Si consideramos
que su Teoría general de la relatividad
se centra en un replanteamiento que los conceptos del espacio y el tiempo
tienen en el estudio físico de las cosas, podemos deducir que se está
refiriendo tanto a la concepción mecanicista de la física clásica fundamentada
en Aristóteles como a la percepción apriorística planteada por Kant, las
cuales, de entrada difieren de fundamento, pero que para Einstein sufren de un
mismo problema, que es, propiamente, su alejamiento de la experiencia a posteriori que tenemos de ellos.
Sin embargo, como lo hemos
apuntado,[3] esta culpa no sólo la merecen los filósofos sino también los
físicos que no se han dado a la tarea de considerar a la filosofía que escapa
de esta diferenciación fundamental, a esta identificación del ser con las ideas y de éstas con el
número inmutable y eterno, unitario y perfecto, bueno y bello (de Dios), es
decir, de esa diferenciación no conceptual que niega toda intuición metafísica,
cuando, como diría William James:
El ideal de
todas la ciencias es el de un sistema de verdad completo y cerrado… Los
fenómenos inclasificables en el sistema son absurdos, paradójicos, y hay que
declararlos falsos… se los niega u olvida con plena conciencia científica… Para
renovar una ciencia hay que interesarse por los fenómenos irregulares. Y una
vez se ha renovado la ciencia, sus nuevas fórmulas a menudo expresan más la
excepción de lo que se suponía que era la regla.[4]
Y es de esto de lo que se queja no sólo Einstein, sino muchos
otros filósofos y matemáticos contemporáneos, el hecho de que, precisamente por
una aspiración a un pensamiento y una percepción absolutos de los fenómenos, se
ate a la realidad a principios trascendentales que ya no nos permite intuirla,
experimentarla y en general vivirla a
posteriori fuera de lo apriorísticamente ya pensado. Uno de estos
pensadores es precisamente Heidegger, para quien el problema fundamental se
centra en la preconcepción lineal, progresiva y sucesiva del tiempo
aristotélico, y también de un espacio cartesiano extenso y cerrado. Para lo
cual él se interna más profundamente en la historia de la metafísica para
descubrir, tanto en los filósofos presocráticos griegos como en Agustín o Kant,
una respuesta que le abre esa intuición de estos conceptos de la cual la
tradición ya estaba olvidada. Y, por otro lado, uno de estos matemáticos es
Mandelbrot, padre de la geometría fractal de la naturaleza, quien, refiriéndose
a Aristóteles, Leibniz y Kant dice:
Estos
líderes de las grandes tradiciones crecieron despreciándose y combatiéndose
entre sí, pero en sus orígenes intelectuales eran hermanos. La historia no puede explicar, por supuesto, la poco
razonable efectividad de las matemáticas. El misterio solamente sigue avanzando
y cambia de naturaleza. [Pero, se pregunta,] ¿cómo puede ser que la mezcla de
información, observación y búsqueda de unas estructuras interiormente
satisfactorias que caracterizan a nuestros autores antiguos hayan de llevarnos
repetidamente a temas tan potentes que, mucho después de que se hayan
encontrado muchos detalles en contradicción con la observación y de que los
propios temas parezcan haberse desvanecido, sigan inspirando progresos útiles
tanto en física como en matemáticas?[5]
Y habría que agregar también ¿tanto en ontología como en
fenomenología? Vamos entonces por la posibilidad de una respuesta al cómo, pensadores y científicos,
matemáticos y fenomenólogos, han renovado la filosofía y la ciencia, y de cómo, tan sólo por su relación
intrínseca, irregular e irracional, se garantiza dicha renovación.
Orígenes: La continua discontinuidad en la relación
práctica científico-filosófica; del hombre, su mundo y la naturaleza.
Los matemáticos de hoy no
leen a Leibniz ni a Kant,
pero sí lo hacían los
estudiantes de 1900.
Benoît Mandelbrot
Para poder acceder a esta problemática que plantea todo
pensamiento científico o filosófico, como hemos estado viendo, se requiere
comprender que tanto uno como otro se copertenecen, originaria y vitalmente,
puesto que surgen de un mismo preguntar por la naturaleza de las cosas y los
fenómenos. De esta manera tanto al científico se le plantean problemas ya sea
ontológicos, hermenéuticos y fenomenológicos, como al filósofo problemas
físicos, geométricos y matemáticos. Para demostrar ésto no debemos dejar de
reconocer que los grandes avances dados en ciencia y filosofía durante la
modernidad fueron realizados por pensadores que no olvidaban ambas partes del
pensar: Spinoza al elaborar geométricamente su ética, Descartes al plantear la nueva
geometría analítica a la par que el problema de la subjetividad o Leibniz al
desarrollar el cálculo diferencial a la vez que su monadología. De manera que
esta nueva forma de pensamiento, el moderno, resarce el desafortunado abismo
que se había dado originariamente entre el pensamiento de los físicos
naturalistas y la filosofía griega clásica, y que la Escolástica abismará aún
más, sin que se pierda del todo la relación, aunque usando la numerología con
fines meramente teológicos, como resulta ser el caso de los neoplatónicos como
Plotino.
Pero lo
sorprendente es el hecho de que en la actualidad, como denuncia Mandelbrot, los
matemáticos se alejen tanto de la filosofía que olviden los orígenes
filosóficos de su matemática, lo cual, evidentemente, es igualmente aplicado a
físicos y científicos en general, llegando incluso al desprecio de ella. Y
paralelamente al hecho de que los filósofos se olviden de los orígenes
físico-matemáticos de su pensamiento, lo cual también es aplicado a una gran
mayoría de filósofos y humanistas. Claramente en algunos momentos entre el
siglo XIX y el siglo XX sucedieron hechos que separaron nuevamente ambos
aspectos del pensar. Por parte de los filósofos se acusa al positivismo
científico de esta nueva y quizás más profunda separación, y a la sobre
especialización que se efectúo en las ciencias; y también, por parte de los
científicos, se acusa al trascendentalismo a
priorístico que influyó profundamente en la filosofía de este periodo, así
como a la fenomenología husserliana y la hermenéutica continental de Gadamer.
Pero habría que
preguntarnos más acá por las razones prácticas por las que sucedió dicha
separación, obviando ésta compartida respuesta, puesto que las razones
prácticas del nuevo positivismo científico y su sobre especialización tuvieron
consecuencias en la vida cotidiana. Y aquí es donde entran en escena
primeramente la industrialización europea y americana, y posteriormente la
tecnificación de todo el orbe, de manera tal que el dominio de la naturaleza
tanto terrestre como humana mediante su industrialización dio lugar a la
pérdida de la relación entre el hombre y la naturaleza, y entre el hombre y su
propia naturaleza, emergiendo un abismo que, como ya denunciara Nietzsche, es
el del horizonte de la nihilidad negativa, del mero contramovimiento
reaccionario y el avance del desierto de la ignorancia. Finalmente dicha
industrialización devino en una más profunda tecnificación de la vida, a tal
punto que nos resulta imposible pensar actualmente en la vida cotidiana sin la
ayuda y el confort que nos proporcionan los aparatos electrodomésticos y los
energéticos que los alimentan, así como de los medios de comunicación global,
haciendo no solamente que se profundice la separación hombre-naturaleza, con su
doble significado, sino que, simplemente, ya no sea posible siquiera pensarla,
cuando el rescate de dicha relación dependería de un cambio profundo y
fundamental en esta manera de vivir, de dejar se consumir energéticos que
destruyen la naturaleza terrestre y de utilizar medios virtualizantes de
comunicación que ahondan en la pérdida de la naturaleza humana y la
interrelación entre los hombres. Y que para el caso de este ensayo se da entre
los hombres de ciencia y los humanistas, los cuales, parafraseando a Gauss, cuando
han visto su edificio acabado no son capaces de ver ningún rastro de sus
andamios “como excusa para descuidar los móviles que se esconden tras su propio
trabajo y tras la historia de su campo”.[1]
Secuencias: en el camino
a la multidimensión de la matemática moderna y la incertidumbre del ser.
A la pregunta de si es
realmente posible sacar algún provecho de las teorías abstractas que la
matemática moderna parece apoyar, uno debería contestar que fue basándose
únicamente en la especulación pura como los matemáticos griegos dedujeron las
propiedades de las secciones cónicas, mucho antes de que nadie pudiera
imaginarse que representan las órbitas de los planetas.
Karl Weierstrass
Hemos llegado hasta aquí y aún no demostramos, siquiera
intuitivamente, qué sea un diferencial óntico-ontológico,
científico-filosófico. Mas hemos avanzado en reconocer los elementos que pueden
sustentarlo. El primero ha sido el principio por el cual tanto la física como
la metafísica tienen un mismo origen y desarrollan vías paralelas de
interpretación del mundo. El segundo ha sido el carácter por el cual la ciencia
y la filosofía modernas han dado cada una en su campo grandes avances en el
pensamiento, la ciencia y la tecnología. Sin embargo también nos hemos
encontrado con grandes vacíos en su relación, como la derogación del
pensamiento acerca de lo infinito, el vacío y el azar del ámbito
judeo-cristiano, cuando en el oriente árabe se forjaba el crisol del cual nacerá
el algebra, sin la cual posteriormente no podría darse lugar a las matemáticas
infinitas o diferenciales. O en el mundo moderno el vacío que ha abierto la
industrialización y tecnificación del mundo en la comprensión de lo que sea
matemática y filosóficamente, pero que al mismo tiempo ha proveído de las
grandes intuiciones metafísicas en la que está cimentado el destino de la
humanidad.
Uno de estos grandes cimientos es La geometría fractal de la naturaleza de
Mandelbrot, la cual promete incluso resolver algunos problemas referentes a la
búsqueda de una teoría que reúna en una sola a las dos grandes teorías de la
física moderna, la teoría macrocósmica y la teoría microcósmica, es decir, la
que busca las leyes que constituyen fenomenológicamente el universo y aquella
que busca las de las partículas subatómicas. Sin embargo, más acá, antes de
lograr eso, retoma la originaria visión geométrico-matemática del mundo, mas
planteada fuera de la visión topológica que no puede escapar del isomorfismo y
la continuidad. En cambio, lo que pretende, es aventurarse en “la investigación
de la morfología de lo amorfo” cuando los matemáticos “han desdeñado este
desafío y, cada vez más, han optado por huir de lo natural, ideando teorías que
nada tienen que ver con aquello que podemos ver o sentir”.[1] Observación que bien puede resultar una réplica a la propia
ciencia, como aquélla que haría Einstein a la filosofía, puesto que en general
tanto en la ciencia como en la filosofía se han dado fracturas internas, en ese
proceso por el cual parece como si el pensamiento se cristalizara.
Al interior de la ciencia
moderna una de las fracturas más marcadas que se han dado ha sido la dada entre
física y matemáticas, cuando la física comenzó a depender más y más de otras
ramas menos teóricas, como la química, la termodinámica, la astrofísica y la
física cuántica, en las que sólo se obtienen resultados a través de la
experimentación. Finalmente la física cuántica, en todo caso y por una
necesidad mayor, siguió alimentándose de las matemáticas para desarrollar su
nueva mecánica, pero dichas matemáticas estarían lejos de basarse en la certeza
y el número: uno, bueno y verdadero; sino que surgiría más bien de la
probabilidad y el azar. En este sentido los juegos matemáticos infinitos de los
primeros matemáticos modernos comenzarían a encontrar un lugar de aplicación,
cuando finalmente la teoría de conjuntos de Cantor es aplicada y ahora no sólo
se utiliza para la investigación profunda sino incluso es el referente
introductorio a todo aquel que se aventure en el estudio del algebra y la
trigonometría.
Sin embargo, la revolución
que marcaría esta nueva matemática no ahondaría mucho más allá de la Teoría de la relatividad o de la física
atómica, sino que se retrotraería a la reconsideración de una idea mucho más
empírica y práctica, es decir, a la concepción clásica que se ha tenido de la
dimensión. Comenta Mandelbrot:
Antes los
matemáticos usaban el término dimensión en un sentido vago. Se decía que una
configuración era E-dimensional si el
menor número de parámetros necesario para describir sus puntos, de un modo no especificado, era E. Los peligros e inconsistencias de
este enfoque fueron puestos de manifiesto por dos célebres descubrimientos en
la última parte del siglo XIX: la correspondencia unívoca entre los puntos de
una línea y los puntos de un plano, descubierta por Cantor, y la aplicación
continua de Peano de un intervalo sobre todo un cuadrado.[2]
Y pareciera ser que intuitivamente podemos pensar esto, sin
embargo, para poder realmente apreciarlo hay que olvidarnos de la visión
clásica y euclídea del mundo, puesto que lo que se abre, siguiendo a Leibniz y
Kant, son mundos y universos infinitos, cuyas variantes en su dimensionalidad
sobre pasan la comprensión extensa y cerrada del espacio, así como una
concepción yoíca del tiempo.
Secuencias: en el camino
a la multidimensión de la matemática moderna y la incertidumbre del ser.
Durante la crisis que va de
1875 a 1925, los matemáticos se dieron cuenta de que no es posible una
comprensión correcta de lo irregular y lo fragmentado (así como de lo regular y
lo conexo) si se define la dimensión como número de coordenadas. El primero en
emprender un análisis riguroso fue Cantor [y a él] le siguió Peano en 1890.
Benoît Mandelbrot
El atrevimiento que Cantor y Peano tuvieron de repensar el
concepto de dimensión no fue ni a lo mucho un descubrimiento que fuese bien
recibido y aceptado por la comunidad científica de su tiempo, ni mucho menos
por la comunidad de los matemáticos. Sin embargo, parece ser un comportamiento
natural de la historia de la ciencia y filosofía tomar con reservas los
descubrimientos que marcan el inicio de una nueva forma de comprender la
realidad y las ideas. Fundamentalmente lo que éstos matemáticos revolucionarios
hicieron fue de tal magnitud que se puede comparar al cambio que se dio en la
comprensión del orden del cosmos de Ptolomeo a Kepler, sin mencionar los
avances que ya se habían dado en este sentido por el mundo grecoromano, porque
lo que esencialmente propusieron fue comprender al espacio ya no desde la
visión cartesiana y euclídea, sino desde la variancia que se observa en la
dimensión de todas las cosas, contraviniendo no sólo dichos presupuestos
euclídeos y cartesianos sino a la topología misma que fundamentalmente dicta
que, por ejemplo, “todas las ollas de dos asas tienen la misma forma pues,
suponiéndolas infinitamente flexibles y compresibles, se pueden transformar una
en otra sin discontinuidades y sin tener que abrir ningún agujero nuevo, ni
cerrar otro que ya existiera”.[3] Esto nos lleva a ver que, efectivamente, así como para la
filosofía hay un ser en sí que
fundamenta a todas las cosas, así mismo las cosas tienen una dimensión
identitaria que topológicamente las relaciona en cuanto a su naturaleza y
propiedades.
En este sentido tanto la
ciencia matemática como la filosofía llegaron a un estado estanco en el que
resultaba imposible pensar lo múltiple e infinito, lo indeterminado y azaroso,
cuando tanto una como la otra entregaban su intuición al principio aristotélico
de la identidad. Así, siguiendo a Cantor y a Peano, será Hausdorff quien
primero repensará el concepto de dimensión, la cual en apariencia, como nos
comenta Mandelbrot, “podría sugerir que se trata de un concepto topológico, y
no es así en absoluto. He aquí, pues, otra razón para preferir la denominación dimensión fractal”.[4] Pero, ¿en qué consiste esta nueva concepción de la dimensión y en
qué sentido ha abierto y complementado nuevos caminos de la investigación
científica? Pues bien, La geometría
fractal de la naturaleza es resultado de una muy profunda asimilación y
meditación de todas esas revoluciones que en su momento, específicamente
durante el período de crisis de la matemática moderna, no fueron aceptadas en
absoluto, tomándose tan sólo como juegos matemáticos alrededor de los conceptos
de lo múltiple e infinito, lo indeterminado y azaroso, pero que, en manos de
Mandelbrot, será redirigida como “un regreso potente e intuitivo a la geometría
griega arcaica de los pitagóricos”.[5] Así, lo que propone dicha geometría es la reconsideración del
concepto de dimensión de grado 1 a una dimensión fractal o fraccionaria, es
decir, que en realidad la dimensión
efectiva de todo objeto o espacio no se reduce al espacio que ocupa un
objeto ni en el que cabe, sino que cada cosa tiene en realidad distintos
niveles de dimensionalidad, distintas formas en que podemos pensarlas de
acuerdo a lo que queremos saber de tal cosa, y el ejemplo modelo para demostrar
esto es un ovillo, dice Mandelbrot:
Para un observador lejano, el ovillo se reduce a un punto, una figura de
dimensión 0. (¡De todos modos, Blaise Pascal y los filósofos medievales afirman
que, a escala cósmica, nuestro mundo no es más que un punto!) Con una
resolución de 10 cm, el ovillo de un hilo es una figura tridimensional. A 10 mm
es un lío de hilos unidimensionales. A 0,1 mm cada hilo se convierte en una
columna, y el conjunto recupera el aspecto de figura tridimensional. A 0,01 mm
cada columna se resuelve en fibras y volvemos a tener una figura
unidimensional, y así sucesivamente. El valor de la dimensión efectiva va
cambiando. Cuando el ovillo es representado por un numero infinito de puntos
atómicos, vuelve a tener dimensión 0. Si cambiamos el ovillo por una hoja de
papel, nos encontraremos con una secuencia similar de dimensiones efectivas.[6]
Hasta aquí hemos visto los momentos en los que la ciencia y la
filosofía se han encontrado, e incluso aquellos de los que surgieron
simultáneamente, así mismo, hemos seguido estas secuencias científicas que han planteado un cambio radical en la
forma de comprender geométrico-matemáticamente al mundo, por lo que ahora
partiremos a ver algunas de las consecuencias
que dichos cambios tuvieron en el campo de la filosofía y más específicamente
con la gran revolución del pensamiento fenomenológico, arribando posteriormente
a las posiciones que éstas han
establecido en el camino de la búsqueda de un diferencial científico-filosófico
y las proposiciones que para tal efecto
podremos plantear.
Consecuencias: La
fenomenología como campo apriorístico y la multidimensión filosófica.
Esta totalidad del flujo de
vivencias, que en cuanto tal es algo cerrado y coherente, se halla excluida
toda cosa, es decir, todo objeto real, por de pronto todo el mundo material. El
mundo material es, con respecto a la región de las vivencias, lo extraño, lo
otro. Esto es algo que se ve en el análisis de cualquier percepción simple.
Martin Heidegger
Podemos intuir hasta aquí cómo el problema fundamental de la
ciencia y más en específico, de la geometría y la matemática, es precisamente
la percepción que se ha tenido del espacio, o bien, de la dimensión. Hemos
visto junto con Mandelbrot cómo los
últimos alcances de estas disciplinas lograron abrir el espacio euclídeo y
cartesiano a una percepción del mundo multidimensional, dependiendo del nivel
de observación que se tiene de las cosas, lo cual permite a la ciencia poder
plantear distintos campos, espacios y dimensiones de acuerdo a la amplitud o
reducción que se hace del mismo, jugando entre el plano macrocósmico y el
microcósmico. Pero, ¿acaso sucede algo similar con el pensamiento filosófico y
especulativo? La cita de Heidegger nos permite comprender que, al parecer,
siguiendo a Einstein, efectivamente la filosofía se ha alejado del mundo
material y físico en el que la ciencia trabaja efectivamente, más esto no
define a toda filosofía dentro de un mismo campo de percepción y comprensión
del mundo, sino que, como la misma ciencia, la filosofía plantea distintos
niveles de comprensión desde el punto de vista psicológico y vivencial. Quizás
este sea el diferencial elemental que separa ambos ámbitos del pensamiento, por
un lado el ámbito empírico del que parte toda ciencia hacia el análisis del
mundo que nos rodea, por otro, el ámbito vivencial en el que se desenvuelve la
especulación filosófica en su síntesis perceptiva del mundo.
De acuerdo con Heidegger
existe una:
Triple
caracterización del apriori —primero, su alcance universal y su indiferencia
frente a la subjetividad; segundo, el modo como se accede a él (aprehender
simple, intuición originaria); y tercero, esa anticipación de que la estructura
del apriori se vaya a definir en cuanto carácter del ser de lo ente, y no de lo
ente mismo— nos permite ver el sentido originario del apriori. […] Tres
descubrimientos —la intencionalidad, la intuición categorial y el apriori— tal
como ellos mismos se relacionan fundándose en última instancia en el primero de
ellos, en la intencionalidad, lo hacemos con el propósito principal de llegar a
entender la fenomenología en cuanto actividad
de la investigación.[7]
Vista así, la fenomenología se plantea —después de amplios,
profundos y elevados derroteros— como actividad
de la investigación, es decir, como dirá antes de sus Prolegómenos en su Ontología
fundamental, la fenomenología entendida como un cómo de la investigación. Un cómo
que ya no busca respuesta a un qué sea
el ser de lo ente, o de lo ente mismo, sino que plantea distintos modos de ser
de la investigación científico-filosófica de acuerdo a sus distintos objetos de
estudio. En este sentido Heidegger pone en evidencia el gran malentendido que
ha existido entre la investigación filosófica y la científica desde los
orígenes mismos del pensamiento fenomenológico, porque cómo dice él: “En todas
las disciplinas científicas reina el positivismo,
la propensión a lo positivo,
entendiéndose por ‘lo positivo’ los hechos,
y los hechos en una determinada
interpretación de la realidad”. Sin
embargo dicho positivismo no es algo
de lo cual peque exclusivamente la ciencia, sino también la filosofía, en este
hacer historiografía en lugar de una onto-historia-crítica como forma de
meditación, como lo expondrá posteriormente.
De cualquier manera
Heidegger nos da tres planos de comprensión fenomenológica que finalmente
también parecen surgir en la investigación científica, es decir, primero la
intencionalidad como una forma universal de percepción y aprehensión del mundo,
en segundo la intuición categorial como fundamento de toda necesidad de conocer
y finalmente el apriori como carácter del ser que se estudia. Así, en la
secuencia Euclides, Descartes, Leibniz, Cantor, Peano, Hausdorff, por mencionar
algunos, se da una intencionalidad específica en la búsqueda de su conocer el
espacio, dando cada uno su intuición categorial y por tanto su apriori, cuando
es en Mandelbrot donde encontramos un reducto de dicha secuencialidad que cómo
el lo interpreta da un cambio enorme en la comprensión geométrico-matemática
del mundo y el cosmos que encuentra su mayor consecuencia en la Teoría de la relatividad de Einstein y
la Historia del tiempo de Hawkins.
Así mismo, en la secuencia Platón, Aristóteles, San Agustín, Kant, Nietzsche,
Husserl, se dan distintas intencionalidades, intuiciones y aprioris que
Heidegger busca esclarecer para dar paso al cambio decisivo del pensamiento
filosófico hacia la fenomenología y más tarde a la temporalidad existenciaria
de su Ser y tiempo. Finalmente el momentum fundamental se da entre lo que
parece ser una línea de pensamiento hermoso, homogéneo y unitario; y otra
monstruosa, heterogénea y múltiple, el correlato y la larga discusión dada
entre ambas líneas es lo que determina nuestro primer acercamiento a ese diferencial
óntico-ontológico, físico-filosófico que hemos estado buscando mediante estas
medi(t)aciones.
[1] ANTISERI y REALE. Historia del pensamiento científico y filosófico. Herder, Barcelona
1988, Tomo I, pág. 48.
[2] A. Einstein: El significado de la relatividad. Planeta-Agostini, Barcelona 1993,
pp. 52-53.
[3] Véase: A. Haro: Medi(t)aciones científico-filosóficas I. Gualdra No. ….
[4] Citado en: B. Mandelbrot: Geometría fractal de la naturaleza. Matemas, Barcelona 1997, pág. 53.
[5] Íbid.,
pág. 567.
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