viernes, 6 de abril de 2012

EL VACÍO SILENTE


de Juan Manuel de la Rosa


Armando Haro
No todo vacío es silente ni todo silencio es vacuo. Porque, por lo general, la idea de vacío siempre está llena de nada y la de silencio de palabras mudas. Pero vacío y silencio remiten a otra cosa, que desnuda y extraña, ya que el vacío no puede estar lleno de nada y el silencio no son simples palabras que callan. Así, para que se dé el vacío, hay que silenciarse de todo y, para crear silencio, hay que olvidarse de palabras. Los espacios matéricos que Juan Manuel crea, juegan esta doblez que se cierne sobre el tacto de la mirada. Porque, abriendo planos nómadas, el ojo toca campos repletos de añil u hoja de oro, de temple, acuarela u obsidiana. Campos dérmicos de piel, papel o canvas que habitan cuerpos esgrafiados al carbón, grafito o plata. De esta manera invita a recrear lo que ha creado, porque sorprende que descubra el tacto al ojo y la línea vacua a la materia. En este sentido su obra no está solamente ahí para ser mirada, sino que su obra realmente obra en la vista. Cuando, ante todo, lo que admira es el obraje del silencio y el vacío, pues su obrar no se escucha sino en el silencio y no se habita sino en la intemperie. Hay, por demás, esta vocación inaudita e irrevocable por jugar en el silencio al vacío. Al vacío de las cosas que están a la intemperie de su propia materialidad. Vacuidad que es un respeto a las cosas que pareciera no pertenecer ya a este mundo, sino a aquél que el hombre ha abandonado: la costumbre, lo natural y primitivo. Juan Manuel es, por tanto, un oficiante que a la materia otorga una dignidad renovada, silenciosa y sabia, que permite que las cosas sean en su desnuda materialidad. Curiosidad incansable por desnudar al arte de arte para volverlo puro oficio de hechura; de papel de cártamo-alazor o perfumado sándalo, de etéreo campi-shi o masi, de tropical plátano o ecuatorial papiro. Frente a este despliegue puro de oficio, el oficiante nos ha puesto todo vacío silente de materialidad hermana, que retumba en el Rampori nocturno de una noche sin luna, tambores tarahumaras en los que resuena una pasión de diorita, cinabrio y granito, poesía lítica en la calma.

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