Objetivo General
Del Va y ven se dice que es aquello que se mueve en dos direcciones, un ir y venir de un lado a otro pero también de un llevar y traer, de un decir y un responder, de un proponer y un actuar, puesto que el Va y ven es este movimiento pendular que de un punto al otro no tiene en realidad un extremo definido, un punto de origen y un punto final, sino que es la continuidad dada entre extremos que si se oponen, como el mar al desierto, de una identidad nacional a otra, de una técnica, idea o teoría a otra, en realidad se está en el punto medio en el que dichos extremos se encuentran en una escucha abierta a la comprensión, porque es este encuentro el que justifica y permite este Va y ven.
En este sentido no sólo se va y viene geográficamente, sino también espiritual e ideológicamente, técnica y teóricamente, ya que se trata de un intercambio de espíritus creadores e ideas innovadoras, de técnicas artísticas y teorías socio-culturales. Por ello el fundamento de este ir y venir es un activismo tanto artístico como social, tanto teórico como práctico, por lo que su objetivo es lograr la producción y promoción de proyectos tanto individuales como colectivos que tengan un impacto no sólo en las nuevas propuestas artísticas sino también en los fenómenos sociales que trascienden la condición del hombre y el destino de la naturaleza que depende de él.
Por lo anterior, el Va y ven en ese punto medio pendular no tiene un punto fijo al cual ceñirse, sino que se propone como un acontecimiento singular que no ocupa ningún espacio específico ni deviene en un tiempo particular, en el cual su lugar es el sin-lugar que todo lugar ocupa y su espacio no es el de una subjetividad individual sino colectiva, atemporal. Lo colectivo se abre así como un lugar de encuentro para la comprensión en el que todo individuo se diluye a favor de la colectividad, por lo mismo también es un Va y ven de individuos cuyas propuestas son apoyadas para ser producidas y son producidas para ser promovidas sin dar prioridad a una personalidad en específico, porque lo que lo trasciende es el intercambio y la generosidad que muchas veces no se encuentra respuesta por la sociedad actual que busca más el protagonismo y el consumo, la indiferencia y la pasividad frente a hechos que trascienden nuestro mundo.
Por lo tanto, el Va y ven es una unidad orgánica, abierta e incluyente que sólo se preocupa por esta sensibilidad hacia lo otro, lo diferente, lo que está del otro lado y que pocas veces nos atrevemos a comprender; y, como no tiene un punto fijo, se extiende más allá de sus orígenes buscando trascender las fronteras nacionales e ideológicas, artísticas y culturales, políticas, económicas y sociales.
Objetivos Particulares
Como el objetivo general del Va y ven es ante todo la producción y promoción de proyectos colectivos entre colectivos, el orden de prioridad de sus objetivos particulares estará en función de participar colectivamente en proyectos que además de plantear una propuesta creadora, artística y estéticamente, correspondan con una problemática cultural y social más que política e ideológica, aún cuando política y cultura, sociedad e ideología se compenetren, pues su pronunciamiento no busca la pura reactividad frente a los problemas que presenta el mundo del hombre y su relación con la naturaleza. Sino que es más un contramovimiento imparcial y apersonal que pretende una objetividad mediante la metáfora literaria y artística que haga evidente aquello que muchas veces, en nuestro vivir diario, se nos oculta, se tergiversa, formando parte del sentido común y la costumbre. Por ello dicha metáfora busca cuestionar, descontextualizar al individuo común para que adquiera una consciencia de sí-mismo, su mundo y la naturaleza que está atravesada por éste último. De esta manera los objetivos particulares en orden de interés para el Va y ven son:
o Convocar a la comunidad artística e intelectual a presentar proyectos que consideren la iniciativa fundamental de establecer un discurso creador de un hecho social, económico o político que trascienda la condición del hombre.
o Gestionar los medios y recursos necesarios para la producción de dichos proyectos los cuales se responderán de acuerdo a su naturaleza, individual o colectiva, siendo que lo colectivo prevalezca sobre lo individual y lo individual corresponda con lo colectivo.
o Promover los productos de dichos proyectos en los lugares que ellos propongan, realizando exhibiciones, instalaciones o intervenciones así como pláticas, mesas redondas o encuentros, de los cuales el Va y ven hará registro, edición y publicación, así como la creación de un acervo tanto físico como intelectual para nosotros y las generaciones futuras.
En este sentido los proyectos aceptados para ser gestionados, producidos y promovidos se calificarán de acuerdo a su pertinencia buscando que desarrollen tres líneas de acción:
o Producción y exhibición de obra, proyección e instalación de intervenciones, realización y publicación de textos.
o Impartición de talleres, cursos, pláticas, seminarios y/o diplomados que contribuyan con las personas y el sitio al cual se asiste.
o Preparación profesional mediante la toma de talleres, cursos, pláticas, seminarios y/o diplomados que en retroalimentación al punto anterior contribuyan fundamentalmente a los integrantes del colectivo en general.
jueves, 27 de septiembre de 2012
jueves, 6 de septiembre de 2012
Escenografías del Arte Contemporáneo
Trazos hermenéuticos
para un teatro filosófico del arte
La superación de la estética resulta necesaria a partir de la
confrontación histórica con la metafísica como tal. La misma contiene la
posición fundamental occidental con respecto al ente y por consiguiente también
el fundamento con respecto a la esencia del arte occidental y de sus obras[1].
Martin Heidegger
Se abre el telón. Ante una multitud agazapada se presenta un
marmóreo anfiteatro vacío. En off,
una idea que resuena fuera del rango de lo audible comienza a dibujar en la
pizarra del espacio toda la utilería y la telonería, la nomología y la
geometría, la ética y la percepción. De pronto, los espectadores, por un
artilugio de la idea, son protagonistas de estas distintas escenas: primera
escena: los protagonistas comienzan a debatir sobre la similitud entre la idea
y las cosas dibujadas, cuando ellos mismos han visto salir de la idea dichos
dibujos, ¿son entonces las palabras, que dicen la idea, las cosas mismas? O,
¿las cosas mismas son imitaciones de la idea? Segunda escena: A la idea se le
da una voz, un verbo, del cual surgen todas las cosas. La voz se dibuja a sí
misma y desciende. Los protagonistas extasiados comienzan a imitar la
transfiguración de la voz como si fuera todas las cosas, de hecho, para ellos
de antemano lo es. Tercera escena: el escenario se ve colocado al descubierto
del mundo, se caen lo muros del teatro, los protagonistas comienzan a descubrir
el teatro del mundo, en el que su propio teatro transita entre miles. Cuarta
escena: La voz se apaga, los protagonistas se dan cuentan que ahora son
nuevamente espectadores, de que están a la intemperie del mundo sin el
resguardo de la transfiguración divina y con el principio en la mano otra vez, comienzan
a discutir sobre el devenir dado
entre las palabras y las cosas reales.
El escenario vacío y trágico
de la primera escena, que bien puede ser la cárcel que decora la Apología de Sócrates, da paso al
escenario de la segunda, que es más bien monacal, una celda en la que, por
voluntad propia, libre albedrío, se entra para pagar las culpas y acercarse al
número perfecto de Dios. Primera parte de dos escenas en las que el arte estuvo
supeditado a la idea platónica, encantado por la ilusión del teatro del ser. La segunda parte, también consta de
dos escenas, el escenario de la primera es un escenario épico, en el que el
propio escenario del teatro del ser
es como una nave de los locos que surca las aguas infinitas y descomunales,
circunvalando el globo, y aún cuando la voz comanda, ésta se vuelve cada vez
más inaudible y sólo se conserva como consuelo para tiempos de zozobra. La
segunda escena es trágica, extática y épica a la vez, la embarcación a
zozobrado en el mundo que se vuelve cada vez más pequeño y no es, sino una isla
flotante en medio de la inconmensurabilidad del espacio vacío. Los
protagonistas se quedan ahí extáticos y estáticos ante la desventura de haber
perdido una voz guía. Se grita el
descubrimiento de un nuevo continente, el de la muerte del hombre, del arte y
de Dios, es decir, del nihilismo.
Surge otra percepción y otra moral, cuyos orígenes se remontan al teatro
barroco, que piensa desde la multiplicidad y lo infinito, desde el vacío y lo
ilimitado, y que pone al arte como culmen de la metafísica.
En el teatro del arte se han ocasionado innumerables debates a lo
largo del pensamiento occidental, los cuales giran también en torno a lo que
son las imágenes y su relación con las palabras y que, al final, parecieron
concentrarse en estudios de estética. Pero aún estos estudios del siglo de las
luces tenían una doble finalidad: explicar lo que es la percepción estética
trascendental del espacio y el tiempo y, establecer los criterios de percepción
del arte en cuanto a su forma y contenido, su composición y proporción, su
color y su textura, lo cual dio lugar también al historicismo del arte, a su
institucionalización y a su papel en la historia como motivo del ascenso
burgués y la emancipación del proletariado. El fenómeno del arte moderno y
contemporáneo protagoniza la primera escena de una tercera parte que aún está
en proceso, siendo el reducto por el que los debates dados dentro de este
teatro del arte toman forma. En él encontramos esa escena múltiple, trágica,
extática y épica, en la que ya toda voz y toda palabra, toda persona o todo
dibujo, pueden ser percibidos como obras de arte. La tragedia radica en que
permanece en constante pugna con la esclerosis que la institucionalización del
arte evidencia genéticamente, pero de la cual depende su instauración como
arte. Lo épico es esta comprensión del espacio y el tiempo que ya no es ni
cartesiana ni newtoniana, sino leibniziana, en el que mundos posibles como
representación del mundo en totalidad se mueven componiendo mundos infinitos.
En este sentido, el arte contemporáneo resulta ser un paradigma de
largo alcance al estar situado al final del teatro del pensamiento y la
creación como la esencia paradigmática del arte por definición. Pero, ¿a qué se
debe dicho acontecimiento? Pues bien,
como se ha dicho, el arte contemporáneo es paradigmático por definición, tanto
por el hecho de que se encuentra al final de un desarrollo de debates alrededor del arte —lo que conlleva los
propios del desarrollo del arte—,
como porque el arte contemporáneo ha puesto en cuestionamiento las supuestas
respuestas a dichos debates y, además, ha subsumido a su esencia casi todos los
posibles desarrollos históricos del
arte y la técnica. Se subraya desarrollo
comprendiendo que ni el arte, ni mucho menos el hombre, se desarrollan precisamente en una línea de tiempo en la que hay una
sucesión de instantes causal y progresiva, sino que, en tanto que se
revoluciona, el arte, como la propia vida, muchas veces ha tenido que
involucionar, regresar a la expresión de otros tiempos para encontrar ahí la respuesta a la necesidad de
expresión de tiempos modernos y, como la filosofía, ha tenido que comenzar una
y otra vez, dudando de todos sus principios y de todas sus certidumbres.
Primera Parte: Del teatro trágico al teatro trascendental
Escena Primera: Sócrates y Glaucón están en casa de Polemarco
discutiendo acerca del problema de corresponsabilidad entre las ideas
trascendentales y las cosas, entre palabras y objetos, entre ser y ente, mediante el ejemplo de la
cama; demostrando que el arte no es sino un simulacro, una fantasmagoría, ya
que, si la naturaleza del arte es ser mimesis de las cosas que son copias de
una idea trascendental, entonces el arte no puede ser sino copia de las copias
de las ideas trascendentales. En esta primera interpretación se comprendía que
el arte debía ser: o una copia de los
ideales platónicos (ethoi) y no una ilusión que engaña, o una copia de las formas del arte
ya establecidas (nomos); pero también estaba el arte griego mismo, como mimesis de la naturaleza
(tecne), tres ámbitos en los que se establece la escena propicia para el
debate dado entorno al arte entendido como imitación ética, gnómica y/o
técnica. Y aquí resulta necesaria la aclaración de que el término ética no
resulta justo con el ethos griego, ni el de ley o norma con el de nomos, ni el de técnica
con el de tecne, cuando parece resultar que tanto ethos, nomos y techne, en el
mundo griego, se interrelacionaban mucho más allá del campo de acción y
definición propia de cada término. El propio término mousike parece contener
todo ello, y en general todo trato con las cosas del mundo helénico, pues este
era un mundo cuyo haber era
esencialmente musical, “o como dice Damon, y yo soy en esto de su dictamen, no
se puede tocar a las reglas de la música sin conmover las leyes fundamentales
del gobierno”[2]. De esta manera, para la realización técnica del arte, el artista
debe tener un ‘estado de ánimo’ ético propicio que le haga ‘agregar algo más al
oficio que realiza’ siguiendo las normas o nomos de ese oficio,
cumpliendo la máxima socrática: “Si existe una utilidad común a todos los
artistas, es evidente que sólo puede proceder de un arte que todos ellos añaden
al que ejercen”[3]. Pero también hay que recordar que Sócrates alguna vez dijo, por
boca de Platón: “Muchas veces en el curso de mi existencia se me presentó un ensueño ya en una, ya
en otra forma, pero diciendo siempre unas mismas cosas: ‘Sócrates, dedícate a
las bellas artes’”[4]. Por lo que él, pensando que la filosofía es la primera de las bellas
artes se dedicó a ella.
Escena segunda: Agustín interpreta el soliloquio con su sí-mismo
interior sobre las maneras en que la compasión del hombre le haga acercarse lo
más posible al número perfecto de Dios. Teatro extático que se sobrepone al
escenario anterior, cuando en el fondo siguen dialogando Platón y Aristóteles
acerca de la superioridad de lo uno al que todo múltiple aspira, al arte como
pervertidor del hombre y del movimiento amoroso al que el hombre debe tender
para alcanzar la perfección, la belleza. En este nuevo escenario, que es parte
de un mismo teatro, resurge con más fuerza la pregunta por el valor moral del
arte como participante de la ecumene cristiana, acentuándose la postura
platónico-aristotélica que cuestiona el valor del arte como formador cívico.
Mas también lo emancipa al quitársele su estatus privilegiado y dejarlo ser
como arte liberal, del pueblo. Mientras que el arte del cristianismo y la
escolástica estará más bien enfocado hacia las ciencias geométricas, lógicas y
musicales, mediante sus trivium y quadrivium. Es un teatro que usa de
escenografía a la escena anterior y que lo que busca es olvidar toda
representación que no sea representación única, perfecta, geométrica y
numérica, de Dios.
Segunda parte: Del teatro barroco al neobarroco.
Escena primera: Están Shakespeare y Cervantes, De la Barca y
Quevedo, montando el teatro barroco, mientras la exploración de los mundos
interiores y exteriores se realiza casi simultáneamente a bordo de la nave de
los locos de la loca Europa, interpretando su locura por el ser deviniendo sujetos cartesianos,
subjetivos, protagonistas universales de una tragedia extática que inculcarán
en todos los pueblos. Nave de locos que pretende dominar los mares indómitos y
las bestias descomunales de los abismos marinos. Al interior del sujeto y de la
realidad, Descartes y Leibniz exploran el mundo matemático del diferencial
subjetivo, microcósmico; al exterior, Galileo y Newton describen las fuerzas
cósmicas y el espacio exterior, en el que la tierra misma ya es una nave de
locos. Escenario dual frente al cual se van proyectando las dos vías de la
creación e interpretación del arte en la modernidad, que culminan una historia
en la que el deber del arte se
anteponía a su voluntad creadora. Por ello, con posterioridad, los debates
sobre el arte de la modernidad parecen multiplicarse, pero fundamentalmente
todos se basarán en dos: el debate que abriría Baumgarten acerca de la necesidad de creación de una ciencia
estética que se conformaría bajo los principios platónico-aristótelicos,
instaurando la filología de las formas del arte clásico —produciendo eruditos
estudios como los de Winkelmann, Wölfflin y/o Lessing— y una hermenéutica
basada en los ideales trascendentales —produciendo la crítica estética de un Ruskin
o un Pater—; pero también la concepción emancipadora del arte entendido como
voluntad y vida, en tanto que el arte
al final de la modernidad, es entendido como representación vital de la
voluntad, mas además representa la muerte de Dios y su muerte misma.
Escena segunda: Con el
escenario barroco aún de fondo, Hegel grita la muerte del arte y Nietzsche la
muerte de Dios, los hechos históricos gritarán la muerte del hombre. La
esclerosis de la institucionalización artística protagoniza dicha muerte, cuando
emprende una clara empresa estetizante y la instauración de un mundo del arte,
de l’art pour l’art; en el que se
daría “la completa absorción del artista en sus propias sensaciones, su
desinterés por el resto de la humanidad, la confinación artificial de sus
personajes y temas, y la pobreza de material que se escondía tras los gloriosos
epítetos y exóticas imágenes”[5]. Pero que provocará también la emancipación del arte entendido
ahora como voluntad libre creadora y cognoscente, bajo los presupuestos de la
muerte de Dios y del arte, que, no habría que decirlo, representan esa ciencia
estética y ese mundo del arte. La grandiosidad de este debate del devenir histórico del pensamiento y la
creación occidentales, radica en que es ahí,
en el escenario resonante interior-exterior del s. XIX, donde se romperá para
siempre la trama estética tan finamente elaborada durante dos mil años.
Mientras que el arte modernista, la vanguardia y el arte contemporáneo son
acercamientos a la vida, buscando el
realismo y utilizando los nuevos medios tecnológicos, se salen de los salones y
los museos, se realiza en la calle o en los cabarets, interviniendo ahora el
espacio mismo, de la naturaleza o del hombre, como con el land-art o el urban-art.
Por otro lado, la institucionalización del arte dado precisamente por salones,
galerías y museos, se instauró como el perito que juzgaría la calidad estética
de ese arte. Y más que debate esta fue una pugna que terminó siendo uno de los
más inmanentes fenómenos que se han dado: el de la relación entre mercadotecnia y arte contemporáneo.
Apenas si estamos
presenciando la primera escena de la última parte que aún está en redacción,
pues como protagonistas no somos sino los propios espectadores del teatro
actual del arte occidental. Considerado así, por tanto, es en el s. XIX donde
se trazan las distintas interpretaciones del arte que darán como resultado el
ámbito de pensamiento y creación por el que transita el arte contemporáneo. La
primera será la que seguirá la tradición clásica cuyos principios
trascendentales fundan la ciencia estética y la institución artística,
alrededor de las cuales se generará la filología y hermenéutica del arte, pero
también la psicología, la antropología y muchas otras ramas del estudio del
arte. La segunda será la que cuestionando dicha tradición pondrán al arte en su
culminación metafísica al comprenderse como una manifestación vital de una
voluntad humana que se descubre a sí misma mediante su mero hacer histórico. Y,
finalmente, la tercera que pinta el fondo de estas interpretaciones y que es la
interpretación histórico-material del arte, mediante la cual se comprenden las
anteriores dos como ascenso de la burguesía y la emancipación del arte al
anunciarse la muerte del arte, del arte clásico, dirá Hegel, pero también de la
muerte de Dios, como dirá Nietzsche resonando a Dostoievsky.
En esta amplísima
escenografía de interpretaciones del arte, la protagonización antiestética de
Heidegger y la interpretación del papel del artesano cósmico que realiza Deleuze,
componen el actual teatro del arte, porque nos aportan dos de las más
importantes interpretaciones del arte que hacen distintos recorridos por la
historia de los debates que acerca del arte se han abierto. El presente ensayo
—en cuatro partes— se reserva la pretensión de exponer cómo en éstas dos últimas interpretaciones se puede comprender el
arte contemporáneo desde una perspectiva ampliada y profunda. Ampliada en tanto
que no se reduce a las interpretaciones canónicas que se han hecho del arte y
que al arte contemporáneo ya no le corresponden; profunda porque hacen un
recorrido histórico, físico-metafísico u óntico-ontológico, que desentraña la
relación intrínseca que se ha dado en la búsqueda del ser de las cosas, en su resonar óntico-ontológico, y, además, como acontecimiento de acontecimientos al
darse por el arte la expresión vital del pensar histórico.
Mediante Heidegger veremos cómo la cosa: arte, es una cosa que abre
mundo, pero que no precisamente abre mundo en el mundo del arte, sino afuera, entendiendo
al arte como otra cosa entre cosas, y de hecho, como ‘lo más ente que lo ente’,
y por tanto, ‘más verdadero que la verdad’. Para realizar esto, Heidegger a
tenido que hacer un recorrido óntico-ontológico por la historia de la
metafísica que culmina con Nietzsche, proponiendo que toda
ontología-fundamental debe surgir de lo infundamentado de toda ontología
aceptada, es decir, de lo no pensado por la historia de la filosofía. Mediante
Deleuze, exploraremos la interpretación del arte más acá de su resonar
óntico-ontológico, sino en el puro sonar de las cosas mismas, cuando el arte,
entendido desde un replanteo fenomenológico como el de Husserl o el de
Merleau-Ponty, es arte de sensación que guarda un precepto a-priori que ninguna teoría a
posteriori, como la de la ontología, ni tanto menos la estética, puede
demostrar. Para hacer esto, Deleuze, al contrario que Heidegger, hace un
recorrido por las filosofías menos pensadas y anti-ontológicas de la historia
de la filosofía, proponiendo que todo es cambio y devenir, choque de fuerzas que configuran mundos posibles y
composibles.
No se proponen ya
escenografías teleológicas ni mascaradas metafísicas, no hay telón que abra o
cierre la escena, la escena se interpreta en este justo instante de espacio-tiempo en que se vive la filosofía y el arte, y la ciencia también. En el que hay
como una nostalgia por el vacío originario de los presocráticos, y por ello se
rescata la tramoya que subyacía al teatro occidental. Un revés de las escenas
que el arte siempre ha querido revelar, pero que el teatro abierto y de vida del arte contemporáneo a tomado
como motivo, para reelaborar todos los teatros y reutilizar todos los telones,
quizá, por miedo a estar a la intemperie en un plano nómada, cuando lo común
sería que hubiera un hogar y un orden sedentario, en el que se repitiera
incansablemente el teatro del absurdo, pero no se abriera a la diferencia
conceptual infinita de todas las cosas.
Heidegger: la voluntad
de poder como arte.
El arte es
así el experimentar creador de lo que deviene, de la vida misma, y también la
filosofía —pensada de modo metafísico, no estético— no es, en cuanto pensar
pensante, otra cosa que ‘arte’. El arte, dice Nietzsche, tiene más valor que la
verdad; esto quiere decir que llega más cerca de lo real, de lo que deviene, de
la ‘vida’, que lo verdadero, lo que ha sido fijado e inmovilizado. El arte se
arriesga y conquista el caos, la exuberancia oculta, rebosante, indómita, de la
vida, el caos que en un principio aparece como un mero hervidero confuso y que
por determinadas razones tiene que aparecer así[6].
Este texto nos presenta un Heidegger que muchas veces resulta
difícil de reconocer, el Heidegger de un pensar en tránsito, de una filosofía
vuelta a la vida, que no a la
vivencia, que incluso surge y culmina con una mística. Es el Heidegger
esotérico que se nos resguarda en la amplitud de su pensar. Mediante la cita,
Heidegger iguala filosofía y arte como ese experimentar creador de lo que deviene, de la vida misma, y además, recupera el aporte nietzscheano de comprender
al arte como ‘más verdadero que la verdad’. Pareciendo abrir el pensar
caosmótico de Deleuze, al atribuir al arte el dominio del caos y la
preeminencia de un oscuro precursor.
Pero este es un punto desde
el que se coloca Heidegger después de un meditar
onto-histórico de la historia de la metafísica, que de acuerdo con Heidegger
culmina precisamente con Nietzsche. Y pudiéramos quedarnos con la idea de que
dicho meditar onto-histórico que
tiene que ver con el arte se reduzca a la circularidad que plantea el problema
de El origen de la obra de arte,
cuando, al final de sus Aportes
incluso llega a decir: “lo que rige en general de la ‘metafísica’ se aplica
también a la meditación acerca del ‘origen de la obra de arte’”[7]. Desde el punto de vista del desmontaje de la historia de la
metafísica que se plantea en Ser y tiempo,
y sobre todo desde el planteo de la fenomenología como otra forma de
interpretación de su Ontología, se
entiende que la obra de arte también presente la misma incomprensión que del ser se ha hecho en la historia del
pensamiento occidental, cuando desde la repercusión óntico-ontológica de la
hermenéutica heideggeriana se pregunta fundamentalmente por el ser —del arte también, que es el ser del poeta, creador y fundador— y
conductoramente se dirige al ente —la obra como cosa que abre mundo fuera del
mundo del arte—. Se puede entender aquí, hasta qué punto la obra de arte
contemporáneo encuentra en esta interpretación un lugar más propicio para su
apertura, porque, de otra manera, aplicando los principios estéticos
decimonónicos que pecan de un fuerte clasicismo, sería imposible de comprender.
Pero además, de que a la
cosa llamada arte se le de un estatuto metafísico, que tenga pleno derecho a
una ontología fundamental, Heidegger pinta el fondo con el que se contrastara
la obra de arte fuera del mundo del arte y la estética. Este fondo también
proviene de Nietzsche y es el fondo de esta época en la que hay una plena
carencia de cuestionabilidad y creación, frente a aquellas “épocas que a través
del historicismo conocen mucho y enseguida todo, [pero que] no concebirán que
un instante de una historia sin-arte pueda ser más histórico y creador que
épocas de un extendido emprendimiento artístico”[8]. ¿A qué apunta esto? Al hecho ya denunciado de la muerte de Dios
y del arte, a la pérdida de aura en la plena reproductibilidad técnica, como
dirá Benjamin, en La época de la imagen
del mundo de Heidegger, pero también a que dicha pérdida no marca sino el
propio carácter de la obra de arte contemporánea, porque Heidegger nos está
ubicando en ese instante de ‘una
historia sin-arte’, que además, es ‘más histórico y creador’ que aquélla otras
épocas en las que se daba un ‘extendido emprendimiento artístico’.
Y realmente resulta ser así,
cuando las expresiones del arte contemporáneo corroboran esta condición del
arte, que es más histórico y creador, porque el arte también ha creado su
propio pensar en su puro hacer y haber.
Así lo demuestra el arte conceptual de Kosuth, que retoma el principio
platónico de la identidad para expresar la indisoluble relación entre
definición, representación y cosa, como demostración del principio kantiano de
la subjetividad conceptual, que también puede ser creadora; o el arte objetual
de Duchamp, que coloca la identidad misma transgredida y descontextualizada de
la cosa misma, mingitorio o rueda de bicicleta, en el pedestal que correspondía
a la obra de arte, dentro del museo o en una galería. Se puede entender
entonces el por qué este tipo de obra de arte contemporáneo no pueda ser
comprendido directamente a través de conceptos no filosóficos, sino estéticos,
porque el arte contemporáneo al instaurar una concepción propia de lo que es
arte, y en la que en realidad todo puede ser arte, no puede ser comprendido
sino por esos conceptos propios que ya no pertenecen a la concepción
esteticista del arte clásico. Está más acá, y como se lo puede interpretar
desde Heidegger —y por tanto, desde Husserl y Merleau-Ponty—, abre mundo porque
rompe con el mundo, es un evento, un acontecimiento
apropiador-apropiante y preontológico, es decir, experiencia de vida, descontextualización.
En este sentido, nuestra
época es la más carente de arte porque no hay un emprendimiento artístico
dominante, todo puede ser arte, y de hecho, por lo mismo, porque todo puede ser
arte, es que el arte contemporáneo es el contramovimiento por excelencia del nihilismo, en el que se busca el
empoderamiento de lo estético, en una época, como dice Adorno, en la que “en un
tiempo en que los hoteles americanos pueden ser decorados con pinturas
abstractas à la maniere de…, el radicalismo estético es socialmente barato”[9]. De esta manera sobrevive la institución artística instituida en
el s. XIX, sin la cual, hay que reconocerlo, tampoco se hubieran rescatado y
conservado gran parte del patrimonio de esta producción artística histórica y
contemporánea, pero que, por otra parte, también ha mantenido la interpretación
aburguesada del arte, de la que fundamentalmente se aparta el arte
contemporáneo entendido desde una meditación histórica y una revolución
conceptual y contextual del ser ahí.
Heidegger nos permite
apreciar cómo el ser ahí del arte está en ese acontecimiento
apropiador-apropiante que hace el arte como cosa que abre mundo, porque abre
una tierra nueva y un nuevo pueblo, y en la que se resguarda aún la
manifestación de un nuevo dios. Acontecimiento
del que depende se reconozca el horizonte de nihilismo por el que atraviesa el devenir humano, en el que como contracara de la cuaternidad del Ereignis se establece como los cuatro
oscurecimientos del mundo. Pero esta meditación onto-histórica a diferencia de
la temporalidad existenciaria de la analítica de Ser y tiempo, hace precisamente establecer las condiciones
metafísicas en las que se encuentra el
hombre y su hacer, no buscando tanto un sentido como una expresión de su
práctica, del cómo de su haber y hacer.
Pero ya se había ido
prefigurando con la problemática que presentaba la interpretación
óntico-fáctica del ser, cuando desde
Aristóteles, se le relacionaba con el trato que se tiene con las cosas, más que
con la definición conceptual e ideal que lo iguala y allana todo, en la que el
concepto significa un múltiple universal y se olvida lo que es en realidad como
unidad de lo múltiple de su trato inmanente. Así, el hipokeimenon o ser
gramatical de Aristóteles, dice Heidegger[10], es lo que subyace a las cosas en tanto que es el trato que
tenemos con ellas, idea que prevalecerá en Agustín, y que dará a Heidegger el
sustrato de su ‘ser en el mundo’ en estado de deyecto.
De esta manera el ‘ser para
la muerte y en el mundo’, implica un trato propio que tiene el ser ahí con las cosas, por lo que el
arte mismo es un propio trato del ser
con las cosas en tanto que dichas cosas son obras de arte. Y más aún, en tanto
que las obras de arte son expresión del trato con las cosas que tiene el hombre
en ciertas épocas, lo que daría la guía para una meditación onto-histórica
propia del arte. Para nosotros, ésta época es la de la plena carencia de
cuestionabilidad y de arte. Y con ello está diciendo Heidegger, época en la que
ya nada se cuestiona y no se crea nada y es imposible cualquier silencio y
soledad[11], sino que sólo se acepta el confort de una ilusión de consumo
efervescente y donde sólo se innovan nuevas vivencias, pero no se transforma
nada y se empobrece al planeta. Y, sin embargo, ello forma parte indivisible de
este periodo artístico instantáneo y
sin arte, en la interpretación del ‘ente en totalidad’, porque el arte
contemporáneo lo que nos manifiesta es esta totalidad de cosas que desde
múltiples puntos de vista reúnen al arte en totalidad, la cual no debe
confundirse con la romántica ‘obra de arte total’ de Wagner, sino asimilarse
más bien a la idea del arte total de Hebert Mayer y de la que se alimentó el
semillero de la Bauhaus.
No resulta difícil ver, por
tanto, lo problemática que resulta la interpretación de la obra de arte en esta
época del arte contemporáneo, porque desde la Bauhaus o la Black Mountain
College, éste se ha planteado como la creación de arte en totalidad, en el que
participe la ciencia y la filosofía, la antropología o la psicología,
interpenetrándose arquitectura con pintura, pintura con escultura, música con
pintura, etcétera. Y más recientemente, con el arte popular y abyecto de
Norteamérica, con expresiones folklóricas estableciéndose el kitsch. En este
sentido, en dirección de Heidegger, el arte contemporáneo como el ‘cualquier
cosa puede ser una obra de arte’, hace manifiesto el ‘ente en totalidad’ en el
que se ‘esencia el ser en la verdad’. Es decir, que se acerca a la vida y se recrea como tal, en la
multiplicidad de sus fenómenos, como no-ser,
devenir y no-verdad.
Pero este no es un proyecto
único del arte o la filosofía contemporáneas, es en realidad resultado de una
revolución copernicana, de un giro lingüístico, que trascenderá todos los
ámbitos del quehacer humano. Dicha revolución, como la había planteado Kant,
cimbra las bases de la propia percepción trascendental, por lo que, tanto para
Heidegger como para Einstein, significa repensar la ciencia y la filosofía
desde lo que se ha quedado por pensar, para Heidegger, el del ser entendido como tiempo, no-ser, por el que se decidirá el futuro
espacio-tiempo del otro comenzar, y que para Einstein, es el de un
espacio-tiempo conjunto cuyo fundamento es el vacío y su materialidad es la
luz. Pensar en estos términos sólo resulta de un esfuerzo enorme de suspensión
de nuestras ideas atadas a la acostumbrada interpretación metafísica de la
realidad, pero que, como la filosofía[12], es un ejercicio al que se ha avocado también el arte
contemporáneo, al relacionar estas nuevas teorías con sus prácticas artísticas.
Esta espacio-temporalidad
del arte contemporáneo está lo mejor expresada por la instalación o el performance, donde se abre el
espacio-cerrado de la obra de arte al espacio-abierto que la contiene, el arte
tiende así a caber en el espacio y no de ocuparlo, además, se plantea como
eternamente itinerante, sin localidad ni tiempo, deviniendo permanentemente,
pues, como en el caso del performance,
incluso cada interpretación performática es diferente entre sí. Hay una
mutabilidad total y un enfrentamiento con el caos, que sólo puede ser
comprendida desde un principio de incertidumbre e indeterminación. Principio
que además fue piedra angular de la física cuántica contemporánea.
Deleuze: La exasperación
del arte.
El artista
comienza mirando en torno suyo, en todos los medios, pero para captar la huella
de la creación en lo creado, la naturaleza naturalizante en la naturaleza naturalizada;
y luego, instalándose “en los límites de la tierra”, se interesa por el
microcosmos, por los cristales, por las moléculas, por los átomos y las
partículas, y no por la coherencia científica, sino por el movimiento, nada más
que por el movimiento inmanente; el artista se dice a sí mismo que este mundo
ha tenido aspectos diferentes, y que aún tendrá otros, que ya tiene otros en
otros planetas; por último, se abre al Cosmos para captar sus fuerzas en una
“obra” (sin eso la abertura al Cosmos tan sólo sería una fantasía incapaz de
ampliar los límites de la tierra), y para realizar esa obra se necesitan medios
muy simples, muy puros, casi infantiles, pero también se necesitan las fuerzas
de un pueblo, y eso es lo que aún falta, “nos falta esa última fuerza, buscamos
ese apoyo popular, hemos comenzado en la Bauhaus, no podemos hacer más…”[13].
En esta parte del ritornelo de Mil
mesetas de Deleuze, nuestro pensador describe la forma de
territorializarse, de hacer ritornelo, que tiene el arte mediante el haber del artista, o mejor, dicho, del
artesano cósmico; quien es, antes que todo, ‘ser en el mundo’, que busca las
huellas de ‘creación en lo creado’, la ‘naturaleza naturalizante en la
naturaleza naturada’, es decir, de reencontrar de algún modo la tecne del arte,
como ese simple haber con ‘medios muy
simples, muy puros, casi infantiles’; para así descubrir la resonancia entre el
microcosmos y el macrocosmos, entre las fuerzas químicas y físicas que dan
brillo al color o textura al objeto y, las fuerzas cósmicas exteriores que
modifican como reflejo el microcósmico. Como con Heidegger, la estética de
Deleuze es antiestética, se ubica fuera del ‘mundo del arte’, más no para
instaurar al arte como ‘más verdadero que la verdad’, sino como puro producto
de fuerzas y productor de reacciones, de territorializaciones y
desterritorializaciones expresivas. Aún así, como el preguntar fundamental y el
preguntar conductor heideggeriano, el pensar creador de Deleuze también hace
una doble pregunta micro-macrocósmica pero para buscar resolverla en su
síntesis, en la que rija no la unilateralidad del sentido sino su multiplicidad
de significación que tiende hacia la ley de continuidad leibniziana, a la
composibilidad epicureana, al logos
heracliteano, a la potencialidad de Spinoza y el arte entendido como vida de Nietzsche.
Pero además adquiriendo una
involución creadora como la de Bergson y una percepción fenomenológica como la
de Merleau-Ponty, quien dice que: “el análisis reflexivo cree seguir en sentido
inverso el camino de una constitución previa y articular (rejoindre) en el ‘hombre interior’, como dice Agustín, un poder
constituyente que siempre ha sido él. Así la reflexión se vehicula a sí misma y
se sitúa en una subjetividad invulnerable, más acá del ser y del tiempo”[14]. Obviamente Merleau-Ponty hace referencia al análisis existencial
de Heidegger que, efectivamente, ‘sigue en sentido inverso’, como desmontaje de la historia de la
metafísica, ‘el camino de una constitución previa’, el sentido del ser entendido como tiempo o no-ser y devenir, y ‘articular en el hombre interior’, principio agustiniano
del ser del sí-mismo como ser ahí, estableciéndose como ‘reflexión
que se vehicula a sí misma’ como sentido del ser, en su esenciarse en la verdad
y ser preontológico en el otro comienzo del pensar. Pero el pensamiento de
Deleuze hace otro planteo, más cercano a Merleau-Ponty, puesto que:
Es una
ingenuidad o, si se prefiere, una reflexión incompleta que pierde consciencia
de su propio comienzo. He comenzado a reflexionar, mi reflexión es reflexión
sobre un irreflejo, no puede ignorarse a sí misma como acontecimiento, dado que
se manifiesta como verdadera creación, como cambio de estructura de la
consciencia, y le corresponde reconocer, más acá de sus propias operaciones, el
mundo dado al sujeto porque el sujeto está dado a sí mismo. La realidad está
por describir, no por construir o constituir[15].
Por ello, para Deleuze como para Merleau-Ponty, ya no es necesario
buscar al ser de lo ente, su
esenciación en la verdad que es la
no-verdad, dando sentido al lenguaje
y hacer del sí-mismo el interior del ser
del ser ahí que no es sino el ahí; no, para ellos sólo hay
sensaciones, potencialidades, mundos posibles y mundos composibles, fuerzas y
cuerpos, afectos y perceptos. Porque lo primero que se hace con una obra de
arte es percibirla, todavía más acá, arrancando “el percepto de las
percepciones, el afecto de las afecciones, la sensación de la opinión, con
vista, eso esperamos, a ese pueblo que todavía falta”[16]. Percibir como “el
paisaje de antes del hombre, en la ausencia del hombre”[17] y tener el afecto sin afecciones como el beckettiano, “afectos
tanto más grandiosos cuanto que son pobres de afecciones”[18], y sentir la sensación como ese devenir la otredad que se percibe
y de la cual no tengo afección, porque “el devenir sensible es el acto a través
del cual algo o alguien incesantemente se vuelve otro (sin dejar de ser lo que
es), girasol o Acab, mientras que el devenir conceptual es el acto a través del
cual el propio acontecimiento común burla lo que es”[19].
Como continuará
Merleau-Ponty: “Esto quiere decir que no puedo asimilar la percepción a las
síntesis que pertenecen al orden del juicio, de los actos o de la predicación.
En cada momento mi campo perceptivo está lleno de reflejos, de fisuras, de
impresiones táctiles fugaces que no estoy en condiciones de vincular
precisamente en el contexto percibido y que, no obstante, sitúo desde el
principio en el mundo, sin confundirlos nunca con mis ensueños”. De la misma
manera, la imaginaería del artesano cósmico no está tan llena de ensueños como
de realidad contextual, pues de esta manera reconoce ‘lo creado en la creación’
y ‘lo naturalizante de lo naturalizado’, molecularizando la materia para hacer
resonar su interior con el sonido exterior molar y múltiple. Por ello el ‘ser
de sensación’ del arte ya no parte de un presupuesto conceptual como el
instaurado por Hegel, que lo vincule con un materialismo histórico, sino que
precisamente parte del percepto que está en la base de ese nuevo ‘sujeto puro
de conocimiento’ que es el artesano cósmico; ni tampoco del sentimiento
artístico y la percepción estética, de hecho no se ejerce el juicio de gusto,
sino que surge de los actos más inmeditados e inmediatos; y, finalmente,
tampoco de la propia sensación entendida como mera contemplación pasiva, sino
de una acción creadora en el mismo ejercicio de la percepción, devenir el azul
Ives, devenir el objeto encontrado de Duchamp, devenir el arte como concepto de
Kosuth.
Pero además nos pinta el cuadro neobarroco del arte, en el
que, como “en el arte informal moderno quizá volvemos a encontrar ese gusto por
instalarse ‘entre’ dos artes, entre la pintura y la escultura, entre la
escultura y la arquitectura, para llegar a una unidad de las artes como performance, y atrapar al espectador en
esa misma performance (el arte minimal, se denomina así según una ley
de extremo)”[20]. Ese cuadro que en realidad es un territorio ya fundado por el
teatro barroco de Benjamin, pero que viene a ser una exasperación del mismo. De
esta manera el arte es para Deleuze como un oscuro precursor que ya está en
curso en el haber del arte, de su
distanciamiento del mundo del arte al plantearse una interdisciplinar
interpenetrabilidad de expresiones, como la de la Bauhaus, pero que además está
en un cosmos. Es una ‘totalidad del arte’ como ‘representación de la totalidad
del mundo’, como mónada, que es, además, nómada, y cuyo:
Problema
siempre es habitar el mundo[…] La música sigue siendo la casa, pero lo que ha
cambiado es la organización de la casa y su naturaleza. Seguimos siendo
leibnizianos, aunque ya no sean los acordes los que expresan nuestro mundo o
nuestro texto. Descubrimos nuevas maneras de plegar como también nuevas
envolturas, pero seguimos siendo
leibnizianos porque siempre se trata de plegar, desplegar y replegar[21].
Tal como el ser se
pliega en el ahí, se despliega en el acontecimiento y se repliega en la
retención para el otro comienzo del no-ser,
porque finalmente, también para Heidegger, se trata de pensar la multiformidad
leibniziana de la problemática fundamental de la historia de la metafísica[22]. ¿Pero qué problemática más profunda que la del mismo principio
leibniziano de la indiscernabilidad entre contrarios, del logos heraclitéano, del clinamen
epicureano, de la esencia entendida como potencia en Spinoza o el devenir jovial del arte como ‘más
verdadero que la verdad’ en Nietzsche? Pero los dos caminos estaban bien claros
desde el principio, y el proyecto de desmontaje
que se planteaba Heidegger de la historia de la metafísica era precisamente, de
los pensamientos más metafísicos; al contrario, Deleuze hace otro montaje, otro
teatro, al descubrir lo no pensado en la historia física de la metafísica, lo
puro óntico el haber y trato con las cosas, mucho más ciencia y arte que pura
filosofía, como ese horizonte de experiencia en donde ha de esenciarse el ser en realidad verdad. Para Deleuze ya no se trata de eso, aunque indudablemente
estaba consciente del problema hermenéutico abierto por Heidegger en el corazón
del pensamiento occidental, ¿Qué es la
metafísica?, pero tampoco, como el propio Heidegger, era ajeno a las nuevas
interpretaciones que del espacio y el tiempo, la energía y la materia, dentro
de la ciencia se estaban dando.
Por ello nuestra época es neobarroca, según Deleuze, y el
arte debe ser comprendido desde el pensar creador de las caos-ideas, que son la
filosofía, la ciencia y el arte, es un pensar el haber de las cosas; ya sean problemas filosóficos, teorías
científicas u obras de arte, porque en realidad, unos y otros, entre más
intenso es el acontecimiento del
arte, confluyen a una unidad de múltiples, lo que sólo hace posible la
cosmización del arte, del resonar del cosmos en el arte. Ello es la mónada
nómada, que representa ‘la totalidad del mundo’, pero que se desplaza
caóticamente en un cosmos, deviniendo otros mundos posibles, otras múltiples
representaciones de dicha totalidad.
El haber y la nada del
teatro pensante-creador contemporáneo
A
mis compañeros y alumnos de la Licenciatura en Artes de la UAZ.
A
los integrantes del colectivo Va y ven,
especialmente a Sarah Goaër y Alberto Ordaz.
Tercera Parte: Del teatro neobarroco a otro caótico comienzo teatral.
Primera escena (en proceso): La nave de los locos varó en América,
punto en el que el mundo se hace redondo. En el fondo, como telón barroco,
están Sor Juana y Suárez plegando, desplegando y replegando la urdimbre
metafísica del barroco por venir, neobarroco de los infinitos mundos
desterritorializados en los que una nueva cantinela se canta. Pero quizá ya no
se cante nada, o se le cante a la nada
o a la muerte como con Huidobro o Gorostiza, que se pinte el vacío o el caos
como con Rauschenberg o Pedro Coronel, o se interprete el silencio y el
microtonalismo, como con Cage y Julián Carrillo. En el escenario vacío se deja
actuar el haber de la nada, porque ya no se discute qué sea el ser, sino cómo es, como se, hace vacío o totalidad en un fondo
de nihilidad. Surge una nueva tierra,
que es la tierra de los locos, los niños, los poseídos, que se atreven a pensar
y expresar esta nada. Plano que se
territorializa con la cantinela que se ‘cantan niños a niños, pero no como
niños, locos a locos, pero no como locos’, como le canta Artaud a Van Gogh:
Estos
cuervos pintados dos días antes de su muerte, no le han abierto, como tampoco
las otras telas, la puerta de una cierta gloria póstuma, pero abren a la
pintura pintada, o más bien, la naturaleza no pintada, la puerta de un más allá
posible, de una realidad permanente posible, a través de la puerta que Van Gogh
abrió de un enigmático y siniestro más allá. […] Por eso el tono de la última
tela pintada por Van Gogh, (él, que por otra parte, nunca superó la pintura)
logra evocar el timbre abrupto y bárbaro del drama isabelino más patético,
pasional y apasionado[23].
Y resulta que es con Van Gogh que el mundo del arte se vuelve
realmente redondo, en el que el teatro filosófico del arte ha ejercido su
voluntad, como voluntad de poder y de dominio por todo el orbe, porque con Van
Gogh también se cierra la relación permanente que tendrá el arte barroco,
explorador de mundos exteriores e interiores, con otras artes, de otras
culturas, de otras regiones. El grabado de la Ukiyo-e japonés deviene
óleo europeo, la pintura al óleo deviene
amarillo esquizofrenia.
Pero esta es apenas la
culminación de una historia teatral del arte y la filosofía, de la segunda
escena de la segunda parte, ahora estamos en medio del desarrollo del principio
de nuestro propio teatro neobarroco, que, como lo atestiguan sensibles
pensadores como Gilles Deleuze en Francia o Bolívar Echeverría en México,
parece ya no estar en Europa sino en América o en Asia. Acá, vivimos una
modernidad retardada, ralentizada, y quizá sea por ello que hay aún más
repetición y mímesis que en Europa, quien, siempre encabezando las vanguardias,
se propone como el espíritu mismo de dicha repetición y mímesis. Sin embargo,
radica ahí su natural diferencia con
Europa, porque no es mera repetición sin variación, sino que muchas veces es
repetición de la multiplicidad misma, de lo infinito que recorre la expresión
novohispana y que en la actualidad juega a sincretizar dicha multiplicidad
expresiva barroca y la unidad de una vanguardia europeizante,
norteamericanizante, que nos hace dudar mucho, a veces, de la autenticidad de
su creación.
Pero la reproductibilidad
del arte por el arte mismo es un fenómeno natural en una sociedad basada en el
consumo. Las imágenes, las representaciones visuales, son uno de los productos
de consumo más exitosos de nuestra época, y manifiesta una continuidad con la
utilidad que han prestado en el pasado a las distintas sociedades. Para
nosotros, meditantes del arte, ello representa un fenómeno complejo frente al
cual hay que estar siempre atentos, sin embargo, se puede interpretar desde
puntos de vista diferentes y divergentes. Como fenómeno de la
institucionalización del arte puede resultar ser un efecto positivo de la
difusión de las artes en la sociedad, pero a la vez, al interior de ella, en su
consciencia estética, puede ser desfavorable en tanto que demerita la obra de
un autor, al ser este arte copia de copias de obras de arte. Como puro fenómeno
de la sociedad contemporánea no representa para el arte sino ese principio del
arte contemporáneo en el que cualquier cosa puede ser una obra de arte, porque
finalmente la materia con la que trabaja actualmente el arte es precisamente
con este contexto estetizante que configura la escenografía de la sociedad
moderna.
“Esteta es la cultura.
Esteta y cultura se identifican. El esteta representa la comedia de querer la
belleza. Pero de belleza no hay nada en ninguna parte, sino convencional,
cultural. La belleza es pura secreción de la cultura como los cálculos los son
del riñón. Fuera de esto el cálculo es cálculo fantasma, cálculo espejismo, trampa
para tontos”[24]. Dubuffet nos enfrenta aquí con una realidad cruda que marca el haber del arte contemporáneo como un haber paradigmático, que protagoniza la
institucionalización del arte y el carácter revolucionario y subversivo del
mismo, que en realidad sólo desea hacer marcas territoriales, como el graffiti.
“Marcas territoriales [que] son ready-made.
De igual modo, [como] lo que se denomina arte bruto no tiene nada de patológico
o de primitivo, sólo es esa constitución, esa liberación de materias de expresión,
en el movimiento de la territorialidad: la base o el territorio del arte”[25]. Territorialización de una trampa para locos, un cálculo
fantasma, una tomadura de pelo, un tromp
d’oeil, trampantojo. El punto es que en el arte contemporáneo ya no se trata
tan sólo de representación visual, sino que la trampa del ojo es además
conceptual y contextual.
Difícilmente esta concepción y esta contextura la
podemos obtener de la pura percepción estética o de la pura filosofía, pero hay
que tratar de tener presentes las obras de arte contemporáneo en la mente, como
esa multiplicidad heteróclita de expresiones que parecen expresar una
inconmensurable cantidad de otras expresiones que no sólo trasciende el
horizonte nihilista occidental, sino
el orbe completo, de Oriente a Occidente. Mediante la meditación onto-histórica de Heidegger y la sensación deleuziana se
nos presentan dos horizontes distintos que pretenden expresar por sí mismos
estas cosas en sí del arte. El arte contemporáneo como ‘otra cosa más entre las
cosas’ parece adecuarse a la idea artística del ‘ente en totalidad’, que como
cosa en sí, se pretende como tal. Mediante Heidegger y Deleuze se puede
replantear la percepción de la obra de arte contemporáneo como expresión de
dicho ‘ente en totalidad’, desde un poner en suspenso toda idea preconcebida
del arte, o en general de la realidad de la que es parte, para proponer otro
pensar: en Heidegger, el pensar que repiensa la historia de la metafísica rumbo
a la fundación de otro comienzo en el que el silencio del poeta sea el temple
de ánimo; en Deleuze, un pensar creador que deviene caosmóticamente en el
ámbito de la experiencia inmediata del mundo. Estos dos trazos hermenéuticos
del arte contemporáneo, amplios y decisivos, que Heidegger y Deleuze han hecho sobre
la libreta de apuntes del artesano cósmico, realizan una navegación histórica
acerca del pensamiento occidental que toma dos rumbos muy diferentes, pero en
esencia complementarios, el de la historia de la metafísica y el de la física.
Plano óntico-ontológico que sólo la caos-idea de la filosofía hace inmanente,
plano del mundo, y de estar en el mundo para un caosmos.
La tarea de un pensamiento
sintético entre Heidegger y Deleuze resulta impensable, pero puede plantearse
como una posibilidad composible en su diferenciación, en su unidad disyunta,
porque lo que sí resulta evidente es que aún cuando sus líneas de investigación
estaban claramente diferenciadas, Deleuze estaba consciente del horizonte que
había abierto Heidegger, ya sea mediante su lectura directa o la lectura de
Husserl, maestro de Heidegger, o de Merleau-Ponty, alumno de Heidegger. Como
sea, no es que Heidegger se transmine en el pensamiento de Deleuze, pero
tampoco significa que Deleuze no tuviera consciencia de él. En todo caso una síntesis
de los dos pensamiento nos resulta imposible, y sin embargo hay puntos de
contacto entre los dos. El hecho más patente es el de que Deleuze contribuye
con mucho al problema hermenéutico de la diferencia ontológica planteada por
Heidegger, como muchos otros filósofos de diferentes escuelas, como
Wittgeinstein, Lyotard o Merleau-Ponty, dicho planteo marcaba el propio giro
copernicano comenzado por Husserl, en ese volver a las cosas por las cosas
mismas. Deleuze, sin embargo, lleva la diferencia más acá, a la experiencia
preteorética de las cosas mismas, a la pura sensación, entendimiento de la
realidad como expresión de fuerzas. Se deberían de leer Ser y tiempo y Diferencia y
repetición, como los desmontajes propios que cada uno de los dos hace de la
historia de la metafísica, siguiendo la tradición cartesiana abierta por
Husserl de buscar la ciencia propia abandonando todo asidero, todo recorrido
sedentario, cuestionando y explorando disciplinarmente nuestra experiencia de
mundo. Heidegger mediante el ser,
Deleuze mediante el haber. Y sin
embargo, siguiendo sus intuiciones metafísicas, que en lo profundo los hace
voltear a la vida, ambos han seguido el principio
cartesiano de repensar la filosofía sin los presupuestos que la han
configurado. Pero además lo hacen recorriendo por distintos caminos a la
filosofía misma, buscando con especial interés los claros de bosque, las zonas
nómadas, en la bastedad de la nada y
la multiplicidad del haber. Dentro de
los cursos históricos de Heidegger, queda por formular tanto las navegaciones
de la percepción como las de El origen de
la obra de arte. Por la línea de Deleuze, sus navegaciones por la filosofía
física como su apercepción de la experiencia artística.
La riqueza de esta doble
percepción es lo que complementa el teatro neobarroco del arte contemporáneo.
Uno, aportándonos el escenario de la historia del ser, pero que se encuentra cayendo infinitamente en el espacio
vacío de una diferencia fundacional; otro, siendo el scenopoïetes de este nuevo teatro del absurdo del horizonte del nihilismo, en el que en realidad la
lógica está en el sinsentido, en las paradojas, en el agente paradigmático de
toda realidad. Agente paradigmático con el que también se encontró Heidegger,
desde la muerte y el silencio del ser ahí,
hasta el no-ser, la no-verdad, del
espacio-tiempo del abismo del acontecimiento. Si bien, Foucault afirma
que nuestro siglo será fundamentalmente deleuziano, también podríamos
considerar en él una posibilidad de el otro
comienzo heideggeriano. Finalmente hay un principio de vacuidad, de intemperie
que en ciertos puntos parecen unirse el ser
ahí o el acontecimiento con el haber del artesano cósmico.
Armando Haro Márquez.
Verano 2012, México,
D.F.
[1] M. Heidegger: Nietzsche, Destino, Madrid 2001, p. 397.
[2] Platón: República, EDAF, Madrid 1998, p. 155.
[3] Ibid., p. 54.
[4] Platón: Fedón, El Ateneo, Buenos Aires 1955, p.
465.
[5] W. Gaunt: La aventura estética, FCE, México 2002,
p. 204.
[6] M. Heidegger: Nietzsche, op. cit.,, pp. 453-454.
[7] M. Heidegger: Acerca del evento. Aportaciones a la
filosofía, Biblios, Buenos Aires 2005, p. 397.
[8] Ibid., pp. 397-398.
[9] T. Adorno: Teoría estética, Taurus, Madrid 1992, p.
47.
[10] “Ser significa
ser-producido y , en cuanto producido, en cuanto algo que resulta significativo
para el trato, también significa estar-disponible. El ente —en tanto que objeto
de la circunspección o, incluso, en tanto que objeto de la aprehensión
contemplativa— se considera en relación con su aspecto (eidos). La
aprehensión contemplativa se explicita en el nombrar y en el enunciar
discursivos ( legein). El qué del objeto nombrado en el discurso (logos) y su
aspecto (eidos) son en cierta manera la misma cosa. Ahora bien, esto significa
que lo que es nombrado en el logos como tal es el ente propiamente dicho. En el
hecho de nombrar el objeto, el legein custodia el ente en su entidad (ousia) en
conformidad con el aspecto. Pero ousia todavía conserva, en Aristóteles mismo
e incluso más tarde, el sentido originariamente práctico de bienes familiares,
de bienes patrimoniales, de bienes disponibles para el uso en el marco del
mundo circundante. El término ousia designa, pues, ‘bienes’, ‘posesión’,
‘propiedad’, ‘hacienda’. Aquello que en el trato es custodiado como sel ser del
ente”. M. Heidegger: Informe Natorp.
Interpretaciones fenomenológicas sobre Aristóteles, Trotta, Madrid 2002, p.
59.
[11] M. Heidegger: Introducción a la metafísica, Gedisa,
Barcelona, p. 43.
[12] “El máximo pensador de
Francia, Renato Descartes, ha dado con sus Meditaciones
nuevos impulsos a la fenomenología trascendental. El estudio de las Meditaciones ha influido muy
directamente en la transformación de la fenomenología, que ya germinaba, en una
variedad nueva de la filosofía trascendental. Casi se podría llamar a la
fenomenología un neocartesianismo, a pesar de lo muy obligada que está a
rechazar casi todo el conocido contenido doctrinal de la filosofía cartesiana,
justamente por desarrollar motivos cartesianos de una manera radical”. E.
Husserl: Meditaciones cartesianas,
FCE, México 2004, p. 41.
[13] G. Deleuze: Mil mesetas, op. cit., p. 342.
[14] M. Merleau-Ponty: Fenomenología de la percepción,
Planeta-De Agostini, México 1985, p. 10.
[15] Ibidem.
[16] G. Deleuze y F. Guatarri: ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, Madrid,
p. 178.
[17] Ibid., p. 170.
[18] Ibid., p. 176.
[19] Ibid., p. 179.
[20] G. Deleuze: El pliegue, Pre-textos, Valencia, p.
159.
[21] Ibid., p. 177.
[22] M. Heidegger: Aportes…, op. cit., p. 150.
[23] A. Artaud: Van Gogh. El suicidado por la sociedad,
Factoria, México 1999, pp. 23 y 27.
[24] J. Dubuffet: Cultura asfixiante, De la Flor, Buenos
Aires 1970, p. 83.
[25] G. Deleuze y F. Guattari: Mil mesetas…, op. cit., p. 323.
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